viernes, 9 de febrero de 2018

TRASPATIO

Imagen: Pinterest






TRASPATIO





A primera vista en su persona no se notaba nada extraordinario,
pero después de algún tiempo, el más mediano
observador podía advertir
algo extraño que llamaba poderosamente la atención.
Baldomero Lillo




Sobre el ojo de agua, el ojo del espejo,
la silueta desbordada,
el tiempo que pasa traicionando la conciencia;
cada día somos
diferentes en la sombra repartida:
pasamos al vértigo
terrestre del traspatio,
al vuelo corrosivo al ras del suelo,
a las aguas del delirio que nunca pudieron ser contenidas
en las sienes y el pecho.

Un día y otro día mordemos las esquinas,
escribimos en los ojos al margen de las molduras de la letra,
sobre el vidrio plano de la sinuosidad aparente.

No sé si los sueños forman parte de la memoria,
o es la memoria
la que los reaviva con la puerta abierta de la boca o el viento.
Sólo sé que la porfía en demasía hace más adustos los sueños,
ese trajín de irrealidades sin cadencias.
(De repente hay necesidad de troquelar las certidumbres.
O soportar la ebriedad de tantas cicatrices.)

No me fío de la imagen que lanza piedras sobre las pupilas,
ni de los contornos de saliva que ahogan.

(—Me cuestiono
ante las escamas de mi imagen: 
qué haces, —le digo—,
mientras por mi mente  corren los acantilados del viento.
Soy yo, o simplemente, el catálogo de la sombra,
los olvidos reprimidos,
los epitafios que a propósito he escrito
en orden alfabético.
Tanto he caminado que duele la existencia;
tanto me he visto, que ligero le doy vuelta a la página.
Sólo me propuse, a fin de cuentas,
escribir mis excentricidades;
jamás me he detenido en las de los demás,
sino en las patas de gallo de la costumbre,
en la cara que tengo frente al espejo:
desde luego ya no es la misma:
así ha cambiado la sombra,
la metodología del suicidio,
los rasgos deliberados de la cara.
El espejo sigue igual, salvo que la salmuera lo corroa,
lo empañe o lo quiebre de tanta sal acumulada.
La luz me ha jugado sucio
cuando he querido escribir las sombras
que mastican los dientes,
la tinta negra en el cuaderno.)

Me doy cuenta que en muchas partes se valida la neutralidad:
una vez corrida la suerte,
cualquier itinerario es válido como premisa.

Claro que a menudo se rompe el espejo,
porque el que habla desconcierta a la sombra que lo refleja,
a la conciencia descalza al otro lado de las horas,
en el traspatio
donde no hay testigos que desvelen la noche.

Por cierto que en este diálogo de espejos aviesos,
he perdido el tiempo en vez de ganarlo:
las rarezas congestionan mi entendimiento,
el desnivel de las explicaciones me lleva al naufragio,
cada litoral que diviso
es una línea ambigua
y no el rectángulo perfecto donde me refracto.

No termino de ver los pies hinchados de la historia,
ni los calcetines gastados de la ciencia y la posmodernidad;
veo el resumen hipnótico de mi silencio en el espejo,
y los desagravios acumulados que dan las campanas.

Lo demás es historia. Extraña historia: pretéritos,
indicativos de mi propio incendio.

Barataria, 2011
Del libro “TRASPATIO”, 2011 (inédito). 119 pp
© André Cruchaga

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