domingo, 11 de febrero de 2018

CONTRASTES

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CONTRASTES




(…)con música y trajes regionales,
en memoria de una antigua batalla
que dejó sobre esta pequeña cumbre numerosos
muertos tendidos…
Pierre Loti






En cierto modo, los espejos del orgasmo tienen usura diferente:
espejos desbordados en la sal áspera del cuerpo,
felaciones donde el infinito muerde las palabras,
escaleras aéreas,
terrestres,
en las cuales el poema corroe las aguas del pecho.

El delirio, cada vez, se abre a las esquinas de las pupilas,
al vértice cernido de la estrella polar.

Sueños y memoria,
quiebran el tiesto de la boca,
llegado a la puerta hasta palpar el laberinto
en el que Dionisio flota en el cristal del sueño.

Hay Hefestos en esta cadencia del infinito,
y no Hades que espíen el ahogo,
ni golpes bajos al fragor de los contrastes entre cielo y tierra.

Da miedo la brizna en medio de la putrefacción.

La claridad ocupa sus propias sábanas;
la humedad,
las gotas de azúcar que la boca del rocío avienta a borbollones
en el alma sola contenida en los brazos.
Encima del taburete
del firmamento,
crecen los espejos como un paisaje desvelado
por el árbol que habita la madera.

A menudo es tenue el vuelo,
pero lo aligera este ahora de ardores, húmedos espejos
de la intimidad de mi sombra.

En la humedad tarde de la nostalgia,
el walk down del entrecejo hasta el ombligo,
hasta el lunar verde del deslumbramiento.
A través de los espejos,
la vaina enardecida de los manifiestos,
los manuscritos de la brisa,
el sudor haciendo la tarea,
el río de las palabras al límite de la compuerta,
el desván de los sonidos en la fuerza de la sed.

La penumbra como otro confesionario del cortejo.

En medio del césped, los eucaliptos rojos del respiro;
y aunque son poco los meses,
el calendario crece en la rama del estiaje.

Escribo mi próxima vida sobre los cirios que me sueñan
el cuerpo: el hollín resulta ser el siempreviva de los rincones.

Crecen los contrastes:
uno excava en los sembradíos germinados,
los espejos que toman forma humana
en la cumbre del oxígeno.

Así, entonces, eternizamos el instante,
esta humilde faena de lavanderías, los muslos hechos vida,
en la cosecha transparente del espejo.
Después de todo,
las aguas del cuerpo fermentan el tiempo,
esa transparencia cubierta de destino.
Así se hizo también,
la miel de las abejas,
el temblor humano del aleteo,
los vitrales de la parafina.

En cierto modo, las estatuas,
desde la oscuridad nos dan una terrosa transparencia;
en las enredaderas del pensamiento,
los vidrios son graneros urbanos donde la vida toca fondo.

Sé que no existen seguros de vida para los paraguas
gastados en la humedad del estruendo,
en los golpes de conciencia
que amortiguan las toallas,
ni en las páginas amarillas del goteo,
fosforescente de los políticos de turno.
Cuando me acuerdo
de toda esta promiscuidad del ejercicio del poder ciudadano,
pienso, (mi cuerpo reposa en la herida)
en las ventanas cubiertas con cortinas oscuras.
Todo está visible, a fin de cuentas,
en la carreta que hala los bultos de nuestra propia risa,
la conciencia en el espejo colgado de la pared.

Barataria, 2011
Del libro “TRASPATIO”, 2011 (inédito).
© André Cruchaga

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