viernes, 12 de enero de 2018

NOCHE

Melvyn Aguilar






NOCHE



Al poeta Melyn Aguilar.

La noche tiene ojos sin pupilas
y largas manos…
Philippe Soupault




Entre los dientes de la noche los pájaros duermen
largos recuerdos de los gritos del viento.

Largos sueños encima de las ramas de los árboles,
brazos de un reloj que agota su savia,
espacio donde la muerte parece ya una estrella.
Los suspiros impalpables lamen la noche de principio a fin.
El calor de hoy,
ardorosamente cruel,
se enfada de la ropa.
La vida está expuesta a los puñales del moho de  los  relojes,
al granito de la vida entumecida,
a la tos de la mesa y a la mueca de una hoguera calcinada.

Las manos de la noche hacen sudar los ojos.
(Y vos permanecés allí con tu sed de peregrino.)

Toda realidad siempre empieza como un inocente nido,
luego es un manantial donde todo el firmamento se refleja
como las palabras agitadas de la sal
sobre las olas que llegan a la orilla del aliento.

Cada noche la plaza se queda sin noticias.
Igual que el silencio suspendido en el sueño.

El crédito, las vendedoras, las gargantas secas,
se van con el pueblo en sus bolsillos,
se van con las pupilas puestas en sus delantales,
con las palabras en los canastos,
con la mísera ganancia que no alcanza para comprar
un poema o algo de mayor valor a la melancolía.

Hoy he olvidado por completo el calendario,
he olvidado las homilías,
los sermones que pasan de noche orinando las sienes,
las risas que los teléfonos transpiran con obscenos jadeos,
los años míos que ya no sirven para un tango,
ni recitar poemas con públicos de dos, tres, cuatro displicentes
oyentes cuyo oficio es aplaudir para devolverle al día
su propia sonoridad.

(La sonoridad que hace falta a la vida. Y que acecha
los pensamientos con su albedrío de cóncavo vegetal.))

En el cráter de las emociones, hecho por el viento,
el espejismo afeita los espejos a golpe de ceniza.

Cuando me empeño en los sueños,
el miedo avanza como la sangre azul del horizonte manchando
los barquitos de papel de mi crepitar funerario.
Entrando al desvestidero de todos los grises,
los cirios del azogue
inundan de golpe hasta  las estaciones ambulantes de los autobuses.

A mis tantos años de poner los pies
sobre las cartas de la bruma,
es difícil que el arco iris cante sobre los vitrales como un pájaro.

Es difícil que los ojos vean ríos de otros mundos.
Lo que veo apenas son signos irreales de un pedazo de tiempo,
en lo opaco del Universo.

Los relojes son perros carniceros junto a la noche.

Junto a la nada. Junto al hueco del pecho.

Ahora me toca humedecer el pensamiento con sordomudos;
suspirar en el poema todos los fantasmas de la calle,
refugiarme, —si es posible—,
en el inocente ataúd de la alegría,
o sobrevivir,
a este espacio de pespuntes y planos superpuestos.

La noche se harta todos los lugares visibles a la vista.
Este paisaje con insecticidas,
hunde lentamente el jardín de las luciérnagas,
y el cielo jadeante de las tormentas…

Barataria, 17.V.2008.
Del libro “INTIMIDAD DEL DESARRAIGO”, (Inédito) 130 pp
© André Cruchaga

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