sábado, 13 de enero de 2018

CAVERNA

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CAVERNA






Avancé solo hacia la lluvia escribiendo cartas de espesa neblina,
bajo la noche nadie hablaba conmigo,
salvo la misma noche
con tazas de prolongados bostezos,
salvo la misma lluvia
zarandeándome los sueños entre glosas y epitafios y lamentos.

En este afán de viajes inconclusos, he ido perdiendo los segundos
de mis días y este silencio,
—de siglos, de ferrocarriles,
se ha hecho salvaje e inhumano,
eterna lengua sin zapatos,
crónica oscura.
Entonces, la historia me hizo más confuso,
las máscaras patrióticas,
el sinfín de los relámpagos en las vocales de los periódicos.

Los ataúdes de cansada vida parecen edificar catedrales
sin renunciar a los albañales del día
y a las ingles de los sombreros.

No faltan calles que acompañen esta flor de hiel del abandono
y la deshora de la lágrima que turba como el calendario.

No faltan ventanas donde concluyan las miradas,
ni ojales de dudosas sastrerías
para perderse en el borde  de las líneas de un país inconcluso.

Sobre los espejos he llorado algunos siglos.
Todavía Dios supura en la sal de las olas,
en el tórrido folclor de los domingos al pie de los atrios,
en el futuro de esta hambruna
—infatigable maquinaria del caos.

Después de noches incesantes y juicios finales,
la noche sigue con sus cabellos oscuros,
con su toalla mordiendo al prójimo,
con su vieja moneda de póker.

La deshora se aproxima en mis sienes.
Y, pese a ello,
guardo todavía cartas para enviárselas a esa ración del calendario,
a ese tragaluz inventado en mi caverna,
a esos barcos que se hunden
en el horizonte dejando las aguas dispersas de las olas…

(Hacia qué huesos ensaya mi cabeza su temperatura,
hacia qué machacadas hierbas,
el aliento empuja las bocas, y la sombra
de los aserraderos disuelve el espanto de la madera y el olor
a trozos de abejas y a horas de sufridos golpes,
hacia qué trocitos de pájaros,
las tablas de multiplicar se vuelven instrumentos
necesarios para sacar  los baúles de culpa debajo del silencio.)

En mis propias cavilaciones
zumban los analgésicos su hidrocefalia.
(Oscuros pechos y deformes gozos embriagan el despojo
de la esperma entre las uñas.)

En algún lugar remoto, 
las cartas seguramente tienen  alguna perennidad
más allá de los martillazos del consciente y no son muecas del delirio,
como este escribir hambriento,
solo y con una morgue a cuestas.

Ahora los murciélagos del calendario se amontonan en mis sienes.
(Nunca hubo diferencia entre una pared de burdeles
y la belleza del delirio del grafiti.)
Ahora entre barricadas de basura,
la esperanza inventa inviernos
para lavar el diccionario y reemplazar los muros por ventanas.

Ahora mis seres queridos devalúan la claridad de las lágrimas.
Es decir, mi destierro en la misma tierra,
rodeado de adoquines,
asfalto y puertas cerradas. 
Quizás merezca mi carne todos los reproches,
quizás deba buscar en los armarios el rostro de antes,
y el oficio de hablar con las baldosas,
dispersarme en las pupilas de tantos ojos,
lavar secretamente la memoria
y decir un adiós rotundo a este magma donde los colores
se arremolinan para hacer de la boca un aliento de flemas
o simplemente,
una sombra donde cielo y tierra se juntan.

Barataria, .
Del libro “INTIMIDAD DEL DESARRAIGO”, 2008 (Inédito) 130 pp
© André Cruchaga

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