lunes, 1 de enero de 2018

ASOMBRO

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ASOMBRO





Pienso en los diversas matices del asombro. (En la memoria
del pétalo y su forma de olvido, en las calles de tránsito y huida.)
La hora sutil donde escarba el oído.
El cuerpo del deseo mientras exista esta corteza
grave del temblor.

—Mientras el juego de la brisa sin camisa
galope sobre el ombligo del tranvía.
Debo ignorar tanta boca náufraga en la sombra.
Lenta brasas resuellan en la saliva amarga de la cebolla
indefinida de la angustia. (Nada más cierto que la sangre.)

Debo suponer que el musgo es sal oscura,
súbito crepúsculo de los sordos. (Esto y aquello en el recuerdo.)
Próximo incendio de los mataderos.
De pronto la luz se vuelve baldosa en el alma.
La putrefacción diseminada es grande, aquí en el pálpito del vaso
y en los manteles abstractos del papiro.

Veo creciente el grito en la memoria de las sombras,
el aparejo lento del camino,
el tamaño de una moneda ciega en las aceras.
Aquí está el ojo bifocal de la sinuosidad,
las pupilas gastadas en el periódico,
el péndulo creciente de la roca en mis brazos.

Algo ha pasado en el ojo de la aguja sin darme cuenta:
—la opacidad de un mundo colgado de los cabellos,
el calendario apenas indescifrable entre los grises.
Me da tristeza ver la tristeza amarga en la lágrima
que fluye sin desvelarse, sin ser, sino el río oculto
de la incertidumbre.

En el hangar del pecho indagan todas las preguntas:
el rastrojo como un fluido estático,
los relojes mordiendo, a veces, su propia soledad.
Dan pena las cucharas del denuesto,
el abrelatas del grito de la desarmonía,
la boca que ahoga la verdad,
la sangre insaciable por los meteoros, la altura retorcida y febril.

Sé que hay almas que se gozan en el muladar,
en la coz del andrajo,
y hasta en el excremento que hala la brisa
y llega a ser sombrilla de sarna punzante.
Sé de los charcos que pululan en la lengua,
y entretejen escamas siniestras.

Sé de la cama putrefacta que dejan los galopes,
del sudor helado del enojo,
de la vaca muerta sobre el césped del anfiteatro.
No obstante me afano en subir las escaleras de la ternura.
Me aparto del quejido y de la música sollozante.
Del sapo del azúcar simulado,
de la trompeta incesante del polvo.

—Sé que me está doliendo la cucaracha en el alma,
el olor habitual de los cipreses,
el asombro de la conciencia en bolitas de cristal,
los rincones reptantes de los ratones,
las náuseas de oscuridad.

Creo que el aire arrasará con la obsesión de ese resuello
de sombras. Al final, la brasa sólo será escoria.

No así, ese viaje remoto del viento y su plural pájaro.
La piel humana y su urgencia de balcones,
el vitral de una habitación donde entre con júbilo la lluvia.

Barataria, 2010
 Del libro “TRAGALUZ”, 2010 (Inédito) 160 pp
© André Cruchaga
Fotografía (Pinterest)

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