miércoles, 31 de enero de 2018

CUERPO DE LA NOCHE

Imagen: Pinterest






CUERPO DE LA NOCHE




…como si descendiera
en lentas ráfagas de claridad
José Gorostiza




A veces sólo es un juego de fogatas, la página de la noche,
los embarcaderos oscuros del insomnio.

Sigue siendo el rostro frente a la luz,
lo más parecido al hambre y a los ojos cerrados:
viviente oscuridad de siglos
donde se desgasta el oleaje del silencio
y derrite la dialéctica del destino en su mano de ávida inmunidad.
La razón incandescente abre algunas sombras del camino:
tiemblan las huellas en las ventanas;
los mosaicos
de los vitrales hacen perennes los brazos del árbol.
Vuelve una y otra vez,
la praxis de la paciencia, sus mercados, callejones,
cantinas, vitrinas vaporosas en la historia del antifaz:
animada respiración del aliento que desangra la luz
en el rocío
de su desvelada cabellera.

La noche en sí misma es un brindis
del sueño y la vigilia:
en sus ojos está el cuerpo escuchando el reparto sutil
de los espejos,
la música respirando en la oscura víscera de lo irrestañable.

—Así se animan los párpados en los grises.
Las gotas del tacto,
el eco anverso de ser habitante cabalístico de la noche.
La noche
donde se cuelan inermes pájaros,
insectos, espejismos…

De tantas noches la transparencia es posible.
Son posibles
los pasos y los ojos caminando sobre rieles de cierzo.
Al hervor del agua en la olla del tiempo,
los números escinden
el sueño y devoran las llaves de la sangre
—es decir, el arca
en su doble ficción de fantasía y zumo o,
respiro del zodíaco.

La noche vive sobre el polvo de las paredes.
Ella misma acumula los días
y atónitos encajes de misterio.
—Ella misma con algunos pretéritos
suena en las vitrinas de las confiterías,
en la respiración de los santos;
sacude la melena del jaguar e incendia el río del habla
con su derivación de laberinto.
Ella es como el fantasma
de las semejanzas de un invierno de bambúes iluminado
por la respiración de la sal.
Entre su verde cocina de reiteraciones,
la esfinge inunda la memoria:
íntima la luz, 
fija el pensamiento,
—descalza llama—
en el irrepetible destino de las ánforas.

Dentro de la luz el origen del aire. La tierra nuestra.
Dentro del aire y la noche, la luz. La oscuridad desvelada.
El soplo que transita anónimo en las sienes:
ardida ave del alma en el resuello profundo de la conciencia.
¿En qué piedra la noche
es sibarita de la transpiración de la historia?
¿Qué cabezas de un mismo misterio
enfrentan el dualismo del abismo en su cantera,
ahí donde se anuncia la tormenta y el desatino?
La noche es simplemente la reescritura del día,
la liquidez del trino,
o la perplejidad planetaria en un cuadro de Magritte.
Pero qué fantasía tan audaz,
—a menudo podría hasta parecer ironía,
que la noche siendo tal o el día una alegoría,
se conviertan
en ventanas admonitorias
donde de pronto las manos queman  su invocación revelada.

La noche está ahí:
la espesura quema los costados del azúcar
y hace del destino renovada suerte…

Barataria, 27.IX.2008
Del libro “CUERPO DE POSTRIMERÍAS”, 2008 (Inédito) 120 pp
© André Cruchaga

martes, 30 de enero de 2018

MATERIA

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MATERIA





En la filosofía del tiempo, a menudo, las flores
se inventan. Al igual, el alba del cuerpo.

La lengua del asfalto se pierde en los tugurios del día.

Entre las rendijas, el tropel de las ansiedades.
El sueño apretado en los tragaluces de la hojarasca.

Después de tantos años ha cambiado el mimetismo;
y aunque parezca ilusión,
ahí está la lluvia sobre vitrales;
los sueños tienen esa apariencia
—al menos— de un nuevo
escenario donde se dejan ver balcones y no sótanos.
(En realidad, los trapos viejos nos dicen mucho,
como el descenso fatídico del sollozo.)

La voz tendida sobre largas horas de espadas,
las venas con su selva de raíces oscuras,
—murmullos
en el recuerdo de alacenas y roperos,
de caballos
sin galope trotando en el silencio,
mundo de opacos arlequines.
Baldosas por jardines, noches sin semanas.
(Fósiles desplomados por el fuego;
en la arruga temblorosa de la tristeza.)

Álbumes sin ojos en el espejo del incienso,
sal en la ráfaga del fuego
—insólitas semillas de un aquí sin brazos.

La lluvia apenas lava los cansancios,
y el jardín botánico de las transpiraciones.
(Debajo del aliento la acritud de la pesadumbre.)
El hervor de los poros gotea su propia herrumbre,
subsuelos de zapatos,
piedras donde el mundo vive.

Amanece  en el picotazo de noches heredadas,
aguas quemadas por las escamas de los peces,
relojes con alevosos itinerarios,
pastores aparecidos tras la ráfaga:
—de vez en cuando, amuletos,
atribuladas cobijas bautismales del abecedario.

Nadie creyó que con la lágrima haría espejos.
Oscuros informes de salmuera,
cercos de lápices con garabatos obsesivos,
ecos subsidiarios de la saliva.

Así ha pasado más de cien años el escombro de la historia:
los tímidos ajetreos de las puertas,
el rostro de los grillos con ruido nauseabundo,
con esa sequedad
moribunda dentro del paisaje dolorido de la garganta.

¿Existe aquí la infancia sin artificios de saliva?
¿Las paredes sin el corroído repello de los adobes?
¿Los hombros para cargar
la espesura de Dios con tombillas
pintadas de sortijas?

La luz ha sido residuo de lluvia,
durante soberanías cuestionables…

Por eso siempre necesité una linterna de pájaros,
cuadernos sin graffiti,
albercas donde no responda la neblina.

—Claro que este es otro idioma con menos bostezos
que los periódicos, residuos lógicos del ahogo.

Casi salimos del pedregoso azote de las escopetas:
la lejanía a menudo nos muestra su cráter huraño,
pero luego, la tenemos despierta en las pupilas.

Ese horno del sigilo,
extraña sustancia derretida en la sangre,
—cielo del disfraz,
desvestido luego, por las ganzúas del instinto.

Emergemos embalsamados de los alelíes de la noche.
Y a veces entre esas extrañas camisas del zarpazo.
En las habitaciones de la lucidez,
las almohadas recuperan
la transparencia o sólo ese juego de los símbolos,
o sólo las palabras con ascensores de ceniza
o sólo de nuevo el sueño sin llegar a la transparencia,
o sólo esa doctrina armada de ansiedades.

Barataria, 30.V.2009 
Del libro “HORA DE TRENES”, 2009 (Inédito) 179 pp
© André Cruchaga
Imagen: Pinterest

lunes, 29 de enero de 2018

ELEGÍA

Imagen: Pablo Picasso






ELEGÍA




Alguien pasa contando con sus dedos
Cómo hablar del no-yo sin dar un grito?
César Vallejo




Algún día dejaré de ver jardines letárgicos
y campanas fatales en el aire.
Para las noches palpitan mis lágrimas con sabor
a desesperación y perezosas calles.
El grito muerde el zig-zag de la respiración.

Cada quien ve la destrucción en sus recuerdos:
la suya y la ajena
con toda la soledad de los pulmones.

Las palabras a cierta edad son un destino:
el zarpazo habita en las vértebras del hambre.
Desde luego, hay males peores
a este nudo inútil de soledad.

(En el trozo de ojeras, las estaciones fenecidas;
los sexos infestados de rituales apocalípticos.)

Las palabras son espejismos en el vaso de la bruma.
(Un puñado de jardines muertos baja de mis ojos.)

Todo puede ser, menos la ceniza escrita
en la videncia de un gesto, acaso,
respiración de la espuma.
O prolongación de la esperma en los somníferos.

Dentro de cada imposible
los párpados se agrietan:
—la pupila húmeda entrampa las puertas,
encierra
el ojo en el mutismo del cuerpo,
delata el aleteo.

No tiene sentido subir las escaleras
de la vida sin peldaños.
En las calles hierven las piedras
y derriten los ojos.

Un día se distingue de otro
sólo por la pesadez de los bolsillos.
(Hay hostias fúnebres en los amaneceres de la intemperie.)
Las noches igual que los días
desafían las fotografías.

Las semanas resultan extrañas en el cuerpo,
por eso las dejo persiguiendo
mis torpezas en el tejado.
Siento la fiebre de los huesos aullar en el aliento.

La noche entra con desconfianza
a la mesa de mi casa.

Cuando los párpados
se caen no hay quien los recoja
del suelo,
por más que el polvo los vuelva efímeros.

El sudor es un suplicio
encarnizado en los genitales;
la esperanza  un arbusto
que se cae de las manos;
por más que el sueño la polinice,
no deja de ser infausta
su embriaguez las ingles.

Vivir siempre es ir masticando
con los dientes rotos
todo el silencio de los espejos.

La vida está lejos de ser una mañana sin límites:
—alguien la ordena
de acuerdo a sus propios demonios,
la oscuridad es la existencia
más palpable de la luz,
de lo contrario nadie existiría,
ahora, junto a los pájaros.

El aire lame como un depredador
absoluto el aliento.
(En el insomnio del perro, las mordidas hundidas
en las lápidas en disputa por la tristeza.)

Los estados del sueño
apagan las estrellas del firmamento:
se engaña a la vida
cuando sólo hay muerte,
trepa la oscuridad
con sus demonios hasta la conciencia.

Caminamos heridos de los labios
por tanta soledad,
—y preguntamos:
qué día es mejor que otro,
qué días no nos trae inmundicias,
qué plato deja de ser sólo recuerdo,
o plegaria
como pulsera amenazante.
O tortura en forma de delirio.
—Alguien siempre duerme al filo del olvido
con el vértigo del abuso repartido,
preso en el albedrío de la tortura.

(Entre el escombro de formas múltiples, 
sombra y soledad juntas:
las cruces del dolor derramadas por el tiempo.)

Alguien ensaya en las euforias del trasmundo
su propia historia,
esa que hiberna en la sangre,
para luego borrar página tras página de la historia…

Barataria, 20.VII.2009
Del libro “HORA DE TRENES”, 2009 (Inédito) 179 pp
© André Cruchaga
Imagen: Pablo Picasso

domingo, 28 de enero de 2018

ALEGORÍA DE LA LLUVIA



Imagen: Pinterest





ALEGORÍA DE LA LLUVIA





Me colocaba espejos sobre el rostro,
y me besaba sin cesar, con furia,…
Jenaro Talens




¿Cuántos espejos caen detrás de la lluvia?
La voz se quiebra
en las palabras de siempre,
las paredes del agua como vigías
de la esperanza:
crece la tristeza en las ventanas.

Crece la lluvia en esta fuga constante de mi yo.

La lluvia provocando resbaladizos relojes;
lo efímero se vuelve eterno hueco del eco:
la conciencia sin tregua
dejando sus gritos, su agónica palabra de párpados.

¿Quién me llama sollozando entre llanto y olvido?

Lo único real es esta silueta sobre mis papeles
Convertidos en hojarasca, 
tirando a ser boca entre las falsas orillas del calor.

Este día acepto monedas por mi sonrisa.

Los puertos
equívocos donde nadie me espera,
la pizarra donde están escritos
nombres irreales.
Nombres que alguna vez existieron
y dejaron ventanas irrenunciables en las estrellas de mi universo.

Me sobreviven la lluvia y los alhelíes,
inevitables en mis manos.
“Llueve todo el tiempo” y ese gris espeso
de la atmósfera cierra las ventanas.
Gotas  como fuego caen sobre el sendero.

A veces se oye un grito colgado del infinito,
un juguete en las pupilas,
un espejo donde navegan barquitos de papel.

¿Cuántos cuartos oscuros habita la lluvia?
Cuántos cuerpos encienden los fósforos
para compartir la trementina
entre cuatro paredes hasta vaciar sus bolsillos?
 ¿Cuántas siluetas ciegas dejadas en los espejos,
inminente y misteriosa hoguera del sudor?

En el fuego bruto,  la piel se torna astilla de luz:
es el mismo juego de la lluvia
que lava las aceras y perfuma de saliva las paredes del reloj.

Es casi púbica la danza de cada gota.
Es pájaro el árbol que guarda gotas cristalinas.
Es piel implacable el horizonte cuando roza el aliento.
En musgo se convierte este llover sobre los poros.

¿En qué ojos o piel la lluvia es remanso de almohadas?
Hay música y danza en la ráfaga de cada gota,
en el hilillo
que se torna calle o río,
en el miedo que se posa en las ventanas.

Una a una he vivido tantas lluvias,
al punto de haberme visible.
Jamás hubo tregua en su boca, ni descanso,
jamás fue sólo fósforo y vilano. Jamás cedazo.
A menudo se tornó espina
y me condujo al grito o a los tantos colmillos de lo inmóvil.

Otras veces fue frío y humedad:
una ciudad de sediciosas sombras,
un árbol de páramos donde resultan imposibles
trocitos de alegría
y pájaros de transparente sed.

¿Cuántos espejos caen ahora en mi alma?
¿Cuánta sal desprende la sed para preservarse?
Los ojos en la intemperie son la mejor respuesta.
Mientras, alguien camina descalzo
sobre las aguas con sábanas amargas,
sin puerto, y sin puertas,
sólo el hondo tiempo que nunca acaba en el tacto.

Barataria, 24.IX.2008
Del libro “CUERPO DE POSTRIMERÍAS”, 2008 (Inédito) 120 pp
© André Cruchaga

sábado, 27 de enero de 2018

SEDICIÓN DE LA TERNURA

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SEDICIÓN DE LA TERNURA





Se agrieta el tiempo cuando mueren las palabras.
Se agota. La locura centellea entre anzuelos.
(En la navaja de los huesos muren las cópulas;
los tatuajes rumian en las calles como una brasa.)

Aquí el diente en la disciplina del gorjeo.
Aquí el viaje
milenario de los tejados,
las camisas de fuerza en las cornisas,
los cipreses retorcidos
de la trementina en el lince del aire:
aquí las vestiduras gastadas de los bufones,
los grandes
sorbos del exterminio licuándose en el follaje
—pájaros
de aserrín en pequeñas franelas oculares,
en hojas de afeitar.

Cuando amanece la miseria
entra por las ventanas:
la arritmia de los meses,
la disfunción de los sentidos
sobre el calcio quebradizo de los huesos
—no hay dispensadores
para los jazmines,
ni botellas para tirarlas al mar de los tatuajes.

A la luz de los pavorreales
no se necesitan espejos.

Las abejas del sollozo construyen su olvido
en la avidez de su laberinto. En el polen de los ardimientos.

Los días son menos ciertos
cuando no se confunden
con los sueños,
cuando la boca traga los abrazos,
cuando las bragas no construyen
fueros democráticos y silencian
todo celo, es decir,
transmigran a la niebla de las puertas.

El misterio
tiene fecha de caducidad en las armaduras.
Como los herrajes o las depredaciones tras la puerta.

El jabón lavanda
desciende gratuitamente sobre la piel:
en un instante profana
los arcanos obsesos del fuego.
Y ahí,
en sediciosa espuma,
invoca al riesgoso mástil de la desnudez.

¿Qué fuerza de aprendiz imanta mi pálpito?
 ¿Qué invierno ejercita las armas ominosas del tiempo,
los zumos nutridos
de la rotundidad,
la caverna edénica del titubeo?

—Siempre es así el regazo de la ciénaga,
la mendicidad
en desbandada,
las raíces prostituidas de la ternura.

Siempre la ráfaga avasallante,
carga de la sed en los pulmones.

Los cascos de la memoria
horadan el quebranto.
A veces
sólo queda la herida
como una asfixia de animosas funerarias.

¡Cuánto pavor al vuelo, y al trono azul del fuego!
(A quién le devuelvo este mundo de alfileres ciegos,
estos brazos que emigran dolientes
con el país oscuro, domesticado en las sábanas de la muerte.)

Todos mis rostros
se pierden en presencia de la luz:
rostros del sobresalto,
yesca de basalto en mi pecho,
hoja plena
del desvelo,
vilo sin mar
mojado por la tempestad del vuelo.

En todo este caminar a golpe de versos y estrofas,
la sangre
busca su propia hora nona,
la barca animada del invierno,
o simplemente la instantánea
del trueno donde el espíritu
bracea sobre la losa
que  la luz cava en respuesta a la tumba.

El viento se acuesta
como un cadáver sobre mis poros:
transfigura la pimienta y la mostaza
y cobija lo cegado.

El horizonte, de golpe,
es un dardo en el crepúsculo.

Despojo
para la redención de mis sienes,
alfiler en mi videncia.

Este mirar mío de ciego sibarita,
palpita en los tropezones
de los grises,
descarnando el huracán de paredones
que hay en las gotas gruesas
de su propio estallido.

—Alguien como yo,
respira la caducidad del tiempo,
la oquedad que embota,
los grandes mares de la conciencia.

Alguien como yo,
busca en la ceniza los papiros 
de su propia quemadura
e indigencia,
—ese cuerpo encrespado del destino,
hilera donde la noche se bebe en pedazos,
donde el caos pasa a ser
almohada,
donde la espesura hiere el pensamiento
hasta convertirse en un viernes de clavos:
tortura fiel del espejismo.

Barataria, 19.VII.2009.
Del libro “HORA DE TRENES”, 2009 (Inédito) 179 pp
© André Cruchaga