martes, 26 de diciembre de 2017

HUMEDAD DEL SUEÑO

Imagen: Pinterest




HUMEDAD DEL SUEÑO





Ahí, en la almohada, se precipitan todos los sueños.
La realidad que hoy no tiene sentido ni garantía.
La palabra, de pronto, pierde
su propio parpadeo; y queda la maraña del aserrín del diccionario
sin más utilidad que una escalera para subir o bajar el abismo.
Huele la humedad de los pretéritos.
Huele el hollín de las posibilidades.  El dedo sobre las miserias.
Huele el espacio de la memoria a incendio forestal.
Huele a alfileres este sofoco de olas, de sal, de bocas raídas.
Un día nos afrentan los olvidos del destello con las ojeras del semen.

Un día (el día) nos asedia el tropel de lo vivido.
El casco del vaho, la herradura  de sal de la boca del vendaval.
La conspiración del desempleo.
La humedad del sueño quebrado en  las paredes,
—el moho extendido en la cobija con hongos,
Y el aliento enraizado en el guacal de las paradojas.
De pronto, uno duda hasta de la humedad de las brújulas.

A menudo en los puertos tiembla la neblina.
Habla el perro con su quebrado latido.

Juegan los cementerios sobre los nichos con olor a mariposas.
Muge este olor a humedad envejecida. 
El sueño hecho cada minuto,
entre el fósforo y el espejo, entre el juego de las ventanas y el aliento.
Llegados han sido los maniquíes a mi olfato.
San Salvador no se puede comparar a otras ciudades del mundo:
ni el río Lempa al Mississipi,
ni nuestro areópago a un tablero de ajedrez,
ni los mariachis de aquí, a los de Méjico,
ni nuestras bailarinas, a las de Río de Janeiro,
aunque el hambre de aquí puede ser igual al hambre de África,
la Electra de aquí, no sé si será igual a la Electra de otras naciones:
(dadas las idiosincrasias culturales.)

En fin, el moho crece como una araucaria.
Se ve el exceso en los muertos. Se ve en las bocas ávidas de sexo.
Justo en el poderío de las manos,
en el manubrio cerrado de la asfixia.
De tantos olores húmedos se han hecho los ríos del olfato.
Los puentes colgantes del sueño,
el suicidio abrasador de los pezones, la sartén de la lujuria,
el cuerpo entero de las substancias cárdenas.

Cada vez se hace necesario jugar a la farsa,
sobre todo en los tiempos de crisis,
—en los momentos perversos de la historia.
A modo de colofón, zumban los olores en el sueño:
pasa el tráfico con su reloj de axilas, rompiendo ataduras
con el pelo parado del arrebatamiento.

La humedad del sueño sigue: es una lezna de burdeles
en el aliento, una forma de pronunciar ciertos nombres,
hasta horadar el cuerpo
y sus proximidades de atesorada tormenta y sus degüellos.

Barataria, 05.X.2010
Del libro “TRAGALUZ”, 2010 (Inédito) 160 pp
© André Cruchaga

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