viernes, 17 de noviembre de 2017

HISTORIA DE LA RÁFAGA

Fotografía: Pinterest






HISTORIA DE LA RÁFAGA




Aquí están alineados
cada uno con su ofrenda
los huesos dueños de una historia secreta
José Emilio Pacheco




El ojo insoluble, petrificado en el taburete marítimo de las olas, el animal que soy en el delirio de las sombras, pupilas de la raíz al ras del suelo, la memoria quemante de la tormenta, paraguas flotando en el pecho, girasoles de hielo lamiendo las calles, este amor terrible de brasas en plenos pájaros de sombrillas, a merced de estos ojos que miran agónicos, silban en el azúcar sexual de los parpados; vos me hablás con el tic tac prohibido de los relojes, ponés las rosas de tus manos en el umbral del candil donde apenas veo el tabanco, la carrera del mapamundi del aroma, misteriosos poros en la efervescencia del cuerpo, en las redes de la saliva del desfogue, ansias del algoritmo de las reincidencias. A esta fusión, se entrega ahora la sed, los tentáculos firmes del orgasmo, el registro de la sábana en los poros, el humo del aire real en el nido donde se nutre la garganta de ahogos. Para vivir más en el castillo de la luz de tus pupilas, la espina dorsal de la lengua con sus redobles, la puerta en la mecedora de las luciérnagas, la noche sobre los hombros del pan, al nivel del vaso de los senos donde se bebe el agua quemante de las axilas, las ansias clavadas en el arpa del ombligo, sin más respiración que el relámpago en el aliento; dentro del pecho los ecos febriles de los molinos de viento, la luna ahogada en el terciopelo del azúcar: me disemino en todo, y es todo, por supuesto, el cuerpo en los dominios del velamen, marcado por la fisonomía de los espejos, la palabra en todas las palabras de la ráfaga, este nombre tuyo girando en la isla del iris, ardiente hechizo donde la sangre atraviesa las atarrayas de las pestañas, esta realidad demasiado real del cuerpo. Aquí todo y nada. La pirámide del atributo sobre la lanza, el combate del hambre en la colmena del relámpago, la voz que toca el riachuelo del torrente y supone oír melodías al borde de la piedra donde el ave hurta los sueños de los tobillos, la calle robada de la felicidad, encima del corpiño que vuela como una llama de anticipados objetos, anillos que preceden a los poros hipnotizados: flama y cuerpo en el árbol de la sed hacia el estío del instinto, lámpara al fin del calendario imposible de olvidar, amantes animados que se reconocen en el agua, en la fruta fugaz de la ola, en el aerosol del espectro de las hadas, en el alero petrificado en el bosque con sus códigos de piel diurna. En la carroza del sinfín nos reconocemos, nos vemos de párpado a párpado e interrogamos al mar, sin abandonar lo que significa la fogata de la sed, el tumulto de entregas en cada parpadeo del mapa. (Siempre fue real la desnudez del país en nuestra desesperación. El espejo destrozado del frenesí, la sábana cárdena rechinando entre los dientes, la dureza de las sombras perseverantes del caos. La impunidad y el cinismo no nos dieron tregua, pero aprendimos a lavar nuestra piel empolvada de tanta historia.)
Del libro “MOTEL”, 2012 (Inédito)
© André Cruchaga

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