domingo, 8 de enero de 2017

UN PAÍS SIEMPRE ES INIMAGINABLE (MONÓLOGO)

André Cruchaga





UN PAÍS SIEMPRE ES INIMAGINABLE
 (MONÓLOGO)




Cuando la noche planta sus negros manzanos en mi rostro, cuando caen de mis manos los vasos destruidos, y las campanas infinitas golpean en mi corazón,
es un nombre lejano el que pronuncio.
No se trata de una actitud de augur ni de una investidura deslumbrante.
A esa hora de construcción astral no caben corales ni instrumentos
y sí, solamente, la pobre capacidad de unción con que un hombre cualquiera,
en un rincón tomado al horizonte, puede dirigirse hacia el umbral
de sus afectos
Juan-Eduardo Cirlot




A menudo hay túneles abisales como los desasosiegos existenciales. De pronto, uno internaliza ese cascajo de la violencia, las atrocidades del diario vivir, pues no todo es paraíso. Habrá siempre quien nos quiera dar atol con el dedo a fin de que uno descrea, lo que en verdad pasa con lo que nombran las palabras. Después de caminar y andar en hombros todos los cansancios, se constata la viruta que nos lanzan a la conciencia. —Me digo, ¿soy criatura real o irreal?  ¿En qué sitios amanezco y dónde duermo? ¿Qué sueños sueño y guardo debajo de las uñas, así echándole tierrita al tiempo? ¿Vos, sos real o irreal? Las manos pulsan la partición de las aguas. “En el túnel del miedo aúllan, empinadas, todas las bramas de los gatos domésticos. Usted entenderá que en los sueños, balbucean los rescoldos amarillos de la memoria, las tumbas de los vecinos, esas pupilas convulsas debajo de la cobija. En las monedas fúnebres del país, apenas la indiferencia de la paternidad de los sombreros, la gota de esperma sobre el estiércol, la diadema inalcanzable de la entrepierna, el encaje llovido de la última tormenta.” Uno no es choco sólo para hablarle a las distancias y los abandonos. Juro que no es cómodo llegar hasta el hartazgo, a cierto cinismo decadente, al alineamiento de ojos y palabras. No es gozoso respirar todo el tiempo sobre ciertos espejos. No es la pelambre la que en definitiva hace los maullidos. No es la gota de semen eyaculada la que engendra bestias con lengüetazos desmedidos. No es la muerte sino la tantísima duda y la mentira la que engendra (engendran) velorios y cementerios. Un país siempre es inimaginable. Un país siempre es una lápida donde orina el tiempo y defecan las palomas y los chuchos aguacateros. Un país siempre es un vademécum de mentiras, un país es sólo la mucosa irritada con sus consecuentes estornudos y mocos. Un país es una piñata inequívoca en la que muchos la vemos únicamente de reojo. Claro que al decirlo uno está sujeto al escarnio, salir a empujones para que otros practiquen el tiro al blanco. Un país de insinuaciones cuesta soportarlo. Un país coqueto termina en las alcantarillas. Uno lo reconoce con sus eternos candiles, por las pancartas, por los sobresaltos y los sellos postales. Un país en movimiento no se fía de sus “santos”, ni las estampitas que se compran como bisutería en el mercado informal. Nadie tiene inmaculada la saliva, esto hay que entenderlo así. Existen bufones y curiosos y prestanombres. Hay Lázaros y Pedros y  Caínes y Abeles. Eso lo sabe uno sin necesidad de haber aprendido a leer las cartas astrales del Nazareno. A uno lo pueden mandar al diablo sin mayor cargo de conciencia. Por eso, con alguna frecuencia, mejor dibujo pistolitas y ahorcados. Me han dicho que es bueno para combatir los traumas. En realidad ya no sé si eso es cierto, o es otra de las tantas verdades que debo aceptar como verdades. Resulta que sólo practicando la parsimonia puedo despojarme de mis anteojos y jugar a las manos; que éstas exploren la incandescencia, o refrenen el tren de las pulsiones. Ante la desgracia, todos estamos contentos y felices. Jugamos como niños cuando le dan su primer juguete. El éxtasis es inmenso cuando se piensa en el Edén. A la orilla de las sábanas, ese olor al pulso en su más alta quemadura. Quizás al rato lo desvalijen a uno pero no importa: uno sabe que después de tanta desgracias se aprende a vivir con ella. La verdad es que uno no puede impedir los resuellos; otros cimbran la boca en alguna bacinica y otros más, harán de las ojeras un lugar común. En el charco de fuego veo innumerables osamentas, sierras, ruidos de martillos, bolsas plásticas. Sueltas las pupilas, nos deviene la pálida y sus raspaduras. 

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