sábado, 21 de enero de 2017

PLENITUD INACABADA

Imagen cogida de la red






PLENITUD INACABADA




No hay vino más ebrio que el secreto
No hay mayor maravilla que la de saberlo no compartido
Y aquel que hace morir su vida tras
Su víspera sin remordimiento con consciencia plena
Yo te envidio asesino hermano mío de sangre
Por todo este tiempo mudo reviviendo tu crimen
Por ese refugio en ti de escarlata y de gritos
Ahogados
Por ese teatro palpitante en que toda casa se transforma si tú
En ella te encierras
Louis Aragón




Todo es extraño: la realidad que no es la realidad aunque se nos presente como tal. No es real el sendero que tomamos para caminar por los ríos líquidos de la historia. No es real, por cierto, el trajín en el cual nos vemos envueltos en el día a día. No lo son los pensamientos que emanan de esa cotidianidad cuando la misma está contaminada de posturas, imposturas, muecas y simulaciones. Salvo la voluntad del inconsciente todo es dudoso. ¿Quién se fía de quién? ¿A quién creerle?  Ante cada situación, nos encontramos con el ladrillo, la pared, o el muro y, a veces, ese muro es toda potestad la potestad que nos sostiene del poder omnímodo. Aquí no funciona la omnisciencia, si acaso el yo inmerso en la genuflexión. Sólo soy mínimamente libre cuando escribo, cuando le sonrío a los gusanos del ombligo, cuando del golpe hago mis propias deducciones. En la profundidad viscosa de las escaleras no se ve el infinito de una lágrima, ni la felicidad, ni la costra que recubre los incisivos, ni las consignas patrióticas que atraviesan el pecho. Siempre estamos crecidos de alfileres y hedores. Nunca los pies y las manos nos alcanzan para tocar el mundo. Siempre hay distancias más densas que las sombras y las osamentas, éstas se han erigido como templos, como basílicas de felicidad, lo cual tampoco es real. Siempre es extraño reír en medio de la zarza, abrir las aldabas de alguna lencería, darle golpecitos a la neblina, escribir de rodillas en los capiteles de unos senos núbiles, acariciar la mansedumbre del cierzo, atisbar el peligro en cada ronquido de tísico de los trenes, comer hasta morir de palabras. Siempre río a las pijamas irreales. Sufro duplicando mi sombra de demencias. Me afeito de bostezos, allí, donde el pódium, el atril, quieren urdir otros desatinos, no menos irreales que los deudos con chaleco antibalas. Es enorme la barriga de los sueños y todos los peldaños que hay que subir hasta llegar al ojo, o a ciertos esqueletos que cuelgan de las pestañas. Pareciera que todo está encallado. Salvo los guantes aglutinados del yugo. El drama de hoy será el de mañana: rehusarse a darle vida a la escena y a toda una maquinaria. Hay necesidad de endemoniarse. De desconocer el cáliz a la hora de las alianzas, de decir: do re mi fa so la…Igual, hay que caminar a la inversa para encontrar el camino. Hay necesidad de leer los pésames que dejan los huecos, la sed de la edad, el enceguecido réptil de las pulsiones hasta ya no sentir nostalgia por los orgasmos. Hay que subrayar las gotas de saliva retorcidas que quedan en el aire, los dispositivos para validar los sepulcros. Lo real, siempre es el barniz y no lo que está detrás de él. Lo real es jugar a lo real, desde la bestialidad hasta que la nostalgia se convierta en vértigo. Lo único real e importante es escribir las menudencias de este mundo: pensar el edén sin solapas, aspirar por Dios, a la amnesia y desacralizar la propia escritura. Así de real es todo. Uno enmudece en la taberna de la eucaristía. Uno enmudece de ceniza haciendo alarde de la flama. ¿Huye el cuerpo de los pensamientos, o los pensamientos son los que se engusanan en una tarjeta postal?  —Usted puede decir cualquier cosa, por ejemplo que estoy loco. Lo horrible no tiene nada que ver con los embudos, ni con los murciélagos. Hay allí una melodía de tragaluces, un sol de granito, un rincón paralítico de humedades, una embriaguez de ruiditos del tamaño de los dedos del crepúsculo. De todos los encallamientos, prefiero la fealdad de las murmuraciones, quizá cerrarle los ojos a las vestimentas, atrapar con mis manos toda la gruta de los desasosiegos hasta reclamarle al espejo su cobardía. Inmóvil de horas, me quedo en una migaja de renacuajos, a golpe de sonambulismo. Alguien estará queriendo huir de sus cansancios, dejemos que el tiempo nos alcance con su gran silencio de tosca modorra…

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