miércoles, 4 de enero de 2017

EL MIMETISMO DE LA HOJA (MONÖLOGO)

Foto de Loca Luna / Anna Gay en Flickr
La imagen ha sido cogida de Pinterest.





EL MIMETISMO DE LA HOJA





En el fondo del mar desde la edad del hielo
Con el ácido que transforma de golpe las medusas en corales
Una noche que será más pesada que nunca a los párpados
Un revólver que en otro tiempo pudo haber sido la libertad
Yo soy ese revólver como el mimetismo es a la hoja-volante
Y tú la más bella entre las bellas.
Enrique Gómez-Correa




En mi caso, escribir es sólo un acto de fe, una sensación siempre de proximidad y lejanía. Nada más cerca a la realidad de lo humano: el asombro tan necesario para matizar las crudezas del día a día. Si el poema no existe, tampoco yo: somos indisolubles. De toda la realidad, lo más viviente es el poema porque es la cumbre del sentimiento y del sentido ético de la vida. La tanta miseria existente (material e inmaterialmente, hablando) ensombrece a menudo los pilares que sostienen al ser humano.  Y claro, nunca es fácil responder con hospitalidad plena los agravios y desagravios de la patria. Acaba uno abatido por los tropezones. La creación poética me desdice y me afirma; ella me sirve para desvelar el rumor del granito disperso en las calles. A partir del poema, las razones unitivas del absoluto, es decir, de esa otredad imposible de claudicar. “Al caminar se desperezan todos los bullicios,/ el país de los desequilibrios: se escucha de nuevo la hoja que arrastra/  el viento sobre las aceras, el frío colonizado entre fósiles./ Nos azotan los recuerdos escindidos del deslumbramiento, las sombras/ del cuerpo como erupciones despiertas en los costados./ Deambulan las ojeras junto a los merodeadores del destino./ (No hay razón, me digo, para quebrar espejos, ni colgarse de las astas/ del viento, siendo que así se puede sodomizar la miseria, hablar de las calles/  de postguerra, o simplemente volar con plumaje en mano./ Hay tantos imposibles que acaban en fuego o sombras en los lagrimales,”… Uno también está hecho de memoria, de peces ciegos y espumas vivas. Uno está hecho de piel dolorosa y epifánica, de aguas ligeras como los trajes del día, de adioses lentos, muy lentos que caen a la tierra como las hojas caducas del otoño. Al lado de uno, el dulce pájaro, o el ala amarga del vuelo y de los duelos con los que se convive en función de los sueños. Hay tantas grietas que la alegría, aunque parezca paradójico es una de ellas: es poseedora de un hacha vívida para horadar las sombras. Un hacha que puede ser la palabra, disonancia; o  la frase, disonancia cognitiva y afectiva. Siempre la turgencia de los sueños desamarra la túnica del aliento, el cordón umbilical de lo angélico, a veces hasta las voces fingidas de la misericordia. Uno juega con las palabras después de todo, aunque sea en una realidad derrengada y las aguas termales de la historia le lleguen a uno hasta el pescuezo. Procuro leer junto a las moscas y ser solidario con ellas; yo no soy quién para escupir sobre los embudos de las aceras, encima de los globos desinflados. Cada día recuerdo más los abrevaderos, ese lugar solidario de los huesos, muy adentro de mi aliento y mis sienes. Duele el sudor de las matronas y el poema que cuchichea en la salida, entre aguas y pétalos. Así sale la criatura: el poema agitado de baba. Luego hay que suturar la herida, creo. Le coloco esparadrapos a todo eso tan real, tan áureo y visible. Yo siempre vivo de lo inesperado; veo al huelepega oficiar su rito casi de manera vehemente. Veo al que despedaza el fuego en su garganta, al que respira a costillas de otros. ¿Cómo es una risa en el umbral de la noche? ¿Lo sabe usté? Escribo y oigo las aguas de las alcantarillas. ¿Usté se detiene a escuchar todos los maullidos desconfiados del reloj a la hora de masticar espejos? Salto a lengüetazos ante todo lo que sucede. Usté lo niega todo porque ya el ceño es solo mueca, muestra de ciertos automatismos. A mis años todavía me encaramo en las cornisas para divisar el cielo del país: algunos monumentos y lápidas, resultan inimaginables, obsoletos. Ah, yo camino también sobre mausoleos y hago apuestas con los enterrados en sepulturas clandestinas. El país es así: extraño y huraño como los sueños rebotando en las rodillas. En cada grieta de las palabras, hay irritables onomatopeyas, como aquellos jadeos obscenos de la medianoche. El poema después de todo es una lluvia derretida en las pupilas que se despedaza en el cuentagotas del orgasmo.

Foto de Loca Luna / Anna Gay en Flickr
La imagen ha sido cogida de Pinterest.

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