sábado, 5 de noviembre de 2016

FILOS CLANDESTINOS (MONÓLOGO)

Imagen cogida de la red






FILOS CLANDESTINOS (MONÓLOGO)




Un sombrero fue el protagonista de este divino sueño incontado.
Desde un andamio demasiado alto de una casa en obras lo veía caído abajo,
en medio de la calle, esperando a pie fime la hora próxima de una cita
exacta. Estuvo a punto de perecer varias veces bajo varias ruedas de automóvil. La brisa de la tarde le libertó de una colilla de cigarro que hubiera
terminado perforándole el ala.
Agustín Espinosa




Ignoro si todos los claroscuros son imaginables; o si no lo son, ¿qué constante oscilatoria atraviesa el aliento, esa celebración de unir y separar los abatimientos? Se trata de luz y oscuridad, de viajar alrededor de las aguas termales de la vida. ¿Se trata de negarnos o afirmarnos? Después uno se queda recogiendo y construyendo los pedacitos de saliva, es decir, los fragmentos del fluir. ¿Será esta la lógica que sigue la introspección? Hay una anáfora doliente en este ir, venir, subir, bajar, esos lenguajes a veces heridos de los brazos. En esta brasa fundacional tienden a confundirse los caminos, los ojos de lo absoluto. Justo en el paladar rojo del calendario, la efigie sagaz de los pálpitos, y los presuntos nudillos del deseo. En las manos cabalga el oficio de persuadir la piel, enlazar las tormentas hasta incrementar la densidad de los vacíos. Confieso que escudriño en las corrientes de aire, la agudeza del propio tacto, todos los demonios que resplandecen en el tiempo grabado de la brasa. Nadie sale ileso de los estallidos ni siquiera los pálpitos desechos, o el azufre lanzado desde las quemadas intemperies del alma. Contra todo pronóstico, incandescentes las alas, queda hacer de la sal, un bosque obediente. Pese a todo, desemboca azúcar del cuerpo. Se quiebran las sienes. Sólo se es obediente a la urgencia y a la fiebre y a la audacia de profanar todo: respiro y desnudez y desvelo. Por supuesto hay un largo camino de muecas y cenizas, perennes elegías, deshechos los epitalamios. Ay los ojos en todo esto. Ay, las manos en todo esto. En todo esto, ay, el juelgo, el viento escueto a través de los poros, la boca desnuda de jaurías, la lluvia en fin de los designios. Luego en cada quien, el reloj vuelve a replicar las incandescencias, la hojarasca, esa celestial generosidad del paisaje,  sin ninguna prudencia ni escepticismo.  Uno sabe que llega un momento en que ensordecen las palabras, en que los párpados conceden su naturaleza a los vilanos. Nunca he conocido la neutralidad en dos cuerpos extasiados. Siempre es regocijo atravesar los absolutos o el milagro azaroso de hospedarse en la sangre. Dejo que a voluntad el invierno siga su curso: siempre el umbral es un paisaje de apremios. Sólo encima de la roca alcanzo los límites del tiempo, se siente con severidad el cielo, se advierte la gota de lenguas que chasquea, el acero que no cesa, ni se reduce a mero movimiento. Así se persigue la esencia del poema: las palabras a fin de cuentas son dóciles brasas donde agoniza el juicio hasta la posible herejía. Con todo y la fiereza de la  ventisca uno se resiste a regresar: sangra, ahora, la raíz. Hoy hay evidencia en el báculo, o en el pabilo del candil. Hoy es blanca la belleza de la tinta y holgado el periplo, y la flor bautizada del peregrinaje. En el dintel del poema, quizá boquiabiertos, los puntos suspensivos de la linterna, o el azúcar crujiente de los laberintos creados. Surcado ya el ensueño, siempre quedan los imaginarios o la rememoración: en la armadura, únicamente lo absorto, los pedacitos de púas del ardor gozoso. Allí la materia y su altar de luz, la torpeza y la huida. Quizá la leyenda. La imagen de la juventud, la blasfemia, o acaso el olvido. En el costado, siempre la fantasía del barro. Andar. Abrirle puertas al poema. Besar con la boca de la luz, las impaciencias trasegadas, desbaratar los salpullidos, hasta amanecer, cárdeno, de nuevo. O también, al final, sólo se trate de guardar los espejos en los bolsillos, por si acaso. Quizá la flor que se desenfunda y se bebe en el suplicio del sueño. Detrás del sabor quedan muchos filos clandestinos… 

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