sábado, 17 de septiembre de 2016

VOZ PREMONITORIA

Imagen cogida de la red





VOZ PREMONITORIA




En ese juego que jugamos y nos deja en la deriva, quién sale ileso del puñal
que se adentra en el costado de los sueños.
Amarramos los hilos del polvo como si de eso se tratase: uno olvida
que la mudez tiene cerebro y que los techos son tan altos según la respiración.
Uno atisba las afonías del petate del prójimo, las heridas húmedas
de la conciencia, el verdoso endurecido de las cicatrices.
Pensamos la realidad desde los pies y los bolsillos en el aliento: ese orden
nos hace muecas, nos arroja de continuo a las alambradas.
(En esta saliva que no alcanza a deletrear mi boca, ya no sé quién soy.
Ignoro cuántas escaleras debo subir y bajar o si es mejor dejar que fluyan
los ultrajes, si agarro un poquito de luz o frío en las calles.
Desde los aullidos en la puerta empezó a renquear el aliento, las cataratas
de los dientes, toda esa jerga que uno quiere barrer en las aceras.
Desde la penitenciaria de mi infancia supe de esas noches apretadas
del ayuno, supe de ciertos códigos embalsamados en pocillos de miserable trajín:
la duda vino a  ser una lámpara tan prodigiosa como los zapatos.
Yo sé que mi orden no es el de los demás, nunca lo ha sido cuando yo vivo
en completa y franca desnudez: he aprendido de la memoria y el desprecio:
usted sabe que no vivo de simulacros y aunque mis raciones diarias
son el desaliento, no hay mejor tumba que el tiempo y la piedra sin saber
que oscurece según los lugares donde el aire avienta la ceniza.
Quizá mañana me hinque cuando haya cavado en mi propia boca.)
Barataria, 17.VII.2016

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