domingo, 10 de abril de 2016

RINCÓN DEL HUMO

Imagen cogida de la red





RINCÓN DEL HUMO




Aquí no hay ningún lugar cierto para que la infancia se amarre los zapatos.
Sólo brilla en las aceras la flor descalza del asfalto y las uñas sucias
de la pobreza, los chorritos de orina maldiciendo a la ropa usada del presente,
a las manos en la bandera atroz que no existe.
En la sombra ciega de la mesa, esta demencia en trocitos sin que se olviden
las catástrofes, esas piedras en el corazón de la geografía.
Humo denso con aceites embriagantes y altares con plegarias de fuego.
El calendario arde con un grito de resplandecientes moscardones.
Palpita la inocencia imposible con sus ojos abiertos como puerta de par en par.
¿Quién, en realidad tiene tiempo para soñar al borde del tejado?
El que quiera salvarse que esté siempre en tránsito. (La herida es demencial
como un desierto de gritos. No hay rieles limpios en trenes de oscuros alaridos,
ni tantos durmientes que sostengan la oscuridad.)
Alguien deberá cultivar sanguijuelas para curar su propio delirio.
Desde mi infancia he visto destierros y alfileres de ennegrecidos abrazos.
El país siempre ha sido un incendio de pulsaciones siniestras. (Es una confitura 
que no alcanza para tanto delirio y sin embargo muchos se aferran a su plato.)
Muchos sufren estremecimientos orgásmicos.
Muchos cuentan historias divertidas de cadáveres en las cunetas.
Muchos dejaron de amanecer con saldos en rojo.
Ante mi presencia, un niño se aferra a sus zapatos, por si acaso…
Barataria, 2016

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