viernes, 15 de abril de 2016

BOSQUE INDEFENSO

Imagen cogida de la red




BOSQUE INDEFENSO




Como hundir las manos en el río, esta suerte de la noche y sus plegarias reveladas: 
ante lo inminente ni siquiera la piedad asoma sus esquinas.
Nunca existe un buen aposento para la tortura.
Vivo en medio  de la plaga del siglo: no tiene límites, sino boca insaciable.
Hay lugares tan absurdos como los candelabros haciendo penitencia
en parques; a lo largo de esta ferocidad del desvarío, la desgracia nunca expira,
ni siquiera el reverbero de la mueca.
Alrededor de mis zapatos, el anzuelo de la violencia ha encontrado sus propios peces: cada vez, más grande la grieta y menos los lugares libres.
Uno de lava la cara con los tantos muertos y tumbas a cielorraso: aprendemos
a fenecer en cada ropa amarilla que queda en las cunetas.
Me miro y me miran frente al miedo: todos los días se han tornado en bancos
de cadáveres. No hay espacio vacío sin dolor, ni otro país con moscas
que sangre a deshoras, ni otro galope más quemante en los aperitivos
de la ceniza, ni otros cansancios en la rosa desnuda de la respiración y el jadeo.
En un solo día la mesa se llena de piedras y moscardones.
Nadie se cansa, ni el que mata ni el que muere.
El país es un río o una boca con una sola estación: dentro de poco, tampoco 
tendremos sueños, sólo un puñado de sombras como camino.
Es dura la tierra calcinado el aliento.
Arden, después de todo, las palabras y ese pájaro en dirección a la boca
de la muerte, y esa muerte rota de la entraña…
Barataria, 20.III.2016

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