sábado, 12 de marzo de 2016

NOSTALGIA

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NOSTALGIA




Ella solía caminar, —me lo dijo una vez—,  sobre los viejos pólipos
de los andenes y la hojarasca: nada extraño soportar los miedos en una ciudad desconocida con semáforos fríos y zonas peatonales sucias.
Yo sé que la nostalgia es una telaraña que rompe el pedazo de tempestad
de alguna guitarra dejada sobre las vísceras de la eternidad.
Durante muchos años se gastaron las uñas en el asfalto del grito del horizonte,
en esa demasiada carga de los sueños que nunca caben en los brazos.
Ella solía caminar, —me lo dijo una vez—,  junto a la nieve y a los rascacielos
de un tiempo de marcadas contradicciones.
Allí la hirieron de muerte la falta de ternura y las barbas sin afeites
de los aparcaderos, la rutina del miedo, en un paraíso de ratas y crepúsculos.
Solía ir y venir tras los golpes descuajados del aliento.
Siempre fueron agónicas las madrugadas en el vacío, irresuelta la espera.
(En Des Monies aletean las cicatrices del frío, duelen los desvelos blancos de toda 
la bruma. Duele anclado el corazón en este hielo de Seneca St., u Oneida hasta
perderse uno en Lost Island)…
Al final de todos estos silencios, ¿quiénes somos en lo remoto de la lejanía?
Ignoro si es memorable este lento follaje que envuelve la memoria,
todas las estaciones imposibles, los fuegos grises de la hoguera, los conjuros convocados, o las tantas noches de nieblas y remolinos.
Ella solía caminar, —me lo dijo una vez—,  justo hasta perderse en las gradas
del espejismo. Siempre el mismo personaje jugando con su sombra.
Barataria, 2016

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