domingo, 3 de enero de 2016

CALLES MUERTAS

Imagen cogida de la red




CALLES MUERTAS




Una larga avenida y un grito, me responden.
Amelia Arellano




Las calles del suburbio se enredan en mi aliento. Hay gritos y una larga esquina
donde pernoctan los muertos, esos seres oscuros de tristeza frente a tantos
y tantos transeúntes. Las calles no son ajenas a los perros pues de continuo
acarician los calcañales, o la mugre de los horarios y la tristeza acumulada
en los montepíos, en el frío que de necesidad lame los cristales: alguien bebe    
la noche en los hidrantes y la inmensidad amarilla de las alcantarillas.
(Mañana será lo mismo), al compás de ciertas obsesiones que carecen de fatiga.
En medio de los agolpamientos de la herrumbre,
la orfandad como un monólogo de puñales, la bestia de las sombras, el coro
resplandeciente del tizne, o el simple descenso: en la travesía uno tiene noción 
de la existencia de prostíbulos y sordos adoquines, éstos nunca evolucionan.
La memoria a menudo es impaciente y se agolpa de manías y candelabros;
si alguien, aquí,  cree en la  candidez está equivocado: las calles son un viejo souvenir 
de fatigas, o una losa donde respiran muchas sombras.
Hay calles muertas por toda la ciudad; y, pese a ello, existimos. Son calles fieras en donde priva la capucha, el pasamontañas, la esquizofrenia.
Hay calles flacas como el hambre.
Detrás de toda esta substancia, el golpe de cráneo del horizonte, o la boca
de agravio de la muerte sin importar los lamentos: aquí uno sabe que el poder
lo tienen los diversos esqueletos con quienes uno practica la ternura.
Entrada la noche es una sola herida le dicen a uno los difuntos de sueños.
Barataria, 21.XII.2015

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