viernes, 10 de agosto de 2012

LUZ PRIMERA

Imagen tomada de es.123rf.com




LUZ PRIMERA




Para la noche que me viene, no quiero oscuridad
ni un silabario sosteniendo muertos.
Quiero palpar la luz primera del día, como se acaricia
un seno de cristal desde la ventana, luminoso,
endurecido por su esplendor.

(En aquellos años lo teníamos todo:
la luz total sin estridencias, el cuerpo sin exequias.
Teníamos la carne endurecida y bajo el arcano,
caballos sedientos de alacenas.)

Entre la muchedumbre atravesamos la ciudad entera
sin pensar en la muerte del tiempo y los maniquíes,
sin dejar el jadeo íntimo de las puertas.
¿Cuántos inviernos han pasado desde aquella desmesura,
desde el último viaje a la locura del estío?
Mediodías y prismas multiplicados en los alelíes,
sombras líquidas del alero en la memoria,
fragmentos de nostalgia cuando hurgamos en la memoria,
auroras urgidas en la profundidad del latido.

Para sorpresa
dejamos que huyera el ave de la primera luz,
el resplandor sencillo de la levadura,
¿tenía futuro, en realidad, el nosotros?
¿Era una vivencia o sólo una imagen
a la que le apostamos nuestras vestiduras?
El nuevo día, sin embargo, nos vuelve invisibles:
soledad y alma como una lápida oscura,
cosida con hilvanes de herrumbre.

¿Qué forma más inusual del volar de las gaviotas?
Quizá en adelante sólo el recuerdo,
la rama del viento que descubrimos en el alba,
el tiempo que nos dio su forma.
Pero la luz sigue ahí con su esplendor de ráfaga.
Al trasluz, el ave de rapiña del aliento de la muerte.
Yo, un poco tarde, ¿verdad?, para volver a abrir heridas…

Barataria, 10.VIII.2012

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