sábado, 25 de febrero de 2012

MEMORIA DE CADÁVERES


Hacia la ventana, el fuego perenne del invierno, la piel huyendo
de las manos, el estallido del plomo en los ojos,
la caravana de cadáveres buscando su propia historia: himnos,
ciudades difíciles por donde transitar sin que la calle o las esquinas
sean la bandera envejecida de la razón, el pómulo roto de la escena.
Fotografía de André Cruchaga





MEMORIA DE CADÁVERES




Now no-one's knocked upon my door
For a thousand years, or more
All made up and nowhere to go…
THE POLICE




Con el viento sangran las luces de estos caminos de polvo,
los centímetros salvajes del aliento del relámpago,
las primeras gotas de sudor que nos avientan los coleccionistas
de antigüedades, la doble zambullida del ojo en los estiajes:
recuerdo el manubrio de los féretros por todas partes donde
los confesionarios disuelven los pecados más atroces,
las alas cortadas en el silencio de la noche, sin más cobijas
que los portales negros de la tempestad.

Hacia la ventana, el fuego perenne del invierno, la piel huyendo
de las manos, el estallido del plomo en los ojos,
la caravana de cadáveres buscando su propia historia: himnos,
ciudades difíciles por donde transitar sin que la calle o las esquinas
sean la bandera envejecida de la razón, el pómulo roto de la escena.
No es sólo cuestión de estadísticas cuando la impudicia llega
hasta el cuello, ni de bostezos parecidos al humo del cigarro,
ni de ampliar los cementerios,
ni siquiera de rezar del diente al labio, ni de confundir los orígenes
de esta pandemia, ni de colgar espejos para ver la transparencia,
ni de difundir más barras shows, ni bares, para que las aves
de la noche beban sangre en los ascensores de la oscuridad.

(Tanto nos muerde el deseo que tensamos la lengua del viento
para sostener la melodía dura del cuerpo, la luz de las cruces
como una fortaleza, el misterio de los encajes en los dientes,
este registro que tenemos de tanto estruendo en nuestras memorias,
a veces rodeadas de andamios subterráneos.
A veces nos perdemos entre perros y cuerpos humanos, y así
debemos andar al ras del suelo, sin cama ni cobija, sólo con el bozal
del hambre; entre la pobreza, los vértigos y el deseo, las hojas del filo
en nuestro regazo de hojarasca. Con todo, el pecho se entrega
a nuestras propias armas, al Dios que nos promete tanto
en tiempos de tribulación: nosotros, a prueba de todo, con los ojos
abiertos, por si acaso, embozados, confusos, expectantes ante
los presagios de andar sin remedio colgados del grito, hartos,
desgastados de tanto rezo, de tanta paz dibujada en los manuales
de convivencia. El polvo muerde nuestras bocas, el hollín es la respuesta
a esta suerte de vivir entre el cieno de tanto cadáver.)

En la carcoma de nuestras propias creencias, tu sexo desafiando
el sustento de mi hoguera: las pocas monedas que me quedan
antes de ponerme la soga al cuello, antes de prolongar las escaleras,
este conjuro profundo en plena luz del día…

Barataria, 15.II.2012

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