sábado, 21 de enero de 2012

SUITE NOSTÁLGICA


...la cópula diluida en los claveles blancos del petate,
sobre la aliteración imantada, anáfora giratoria del alambique,
donde el paisaje se vuelve telón cíclico,
otro pan recién horneado de invierno, mundo cerrado en la suite
de nuestros sentidos, petrificado fósforo en los costados.
Fotografía de Lázaro Aguirre




SUITE NOSTÁLGICA




Toda la minuciosidad del alma la hemos recorrido.
Sí, somos los amantes que nos quisiéramos una tarde.
VICENTE ALEIXANDRE




La suite caliente en el mísero ojo del clavo que muerde
los calcañales en el desnivel trágico de los encajes.
Al lado de los sombreros, el borde púbico de la noche en las manos,
la lona del paraguas como una colilla gastada, en el pequeño
follaje donde el abismo es posible
las hamacas de las ramas del deseo desangrando solitarios
meteoros, mordiendo la prolongada tormenta de gotas
que sale de los poros, el paisaje emergiendo de la ráfaga de la saliva
al punto de encender los fósforos del arco iris,
todas las muecas del cielo a medianoche de la sangre invernal,
del fuego que robamos para encender los portales,
las dos sombras rebeldes del pecho, cargadas de riachuelos.

En el nido del follaje el planeta gira a fondo,
loco el juego de hormigas en la respiración, el juego diario del búho
que no escapa de la cueva, ni al pozo donde hay sed de espejos,
brazos, manos, hacia esos labios donde el incienso se convierte
en ventanas. En la punta solar de las olas,
se ve el puente invernal de los poros, las sienes del azúcar
cernidas en el nido, los aretes salvajes de la chimenea,
sobre la diadema del balcón que sostiene el horizonte, la leña
del fogón del trópico, la conciencia a fondo del reloj que gira
alrededor de nosotros con dosis de nicotina y ceniceros por doquier.

Cada quien, desde el fondo de su propio sonambulismo,
vuela colgado del bastón de los vapores que emergen, lámparas
casi agonizando de liebres,
begonias recién enceguecidas por el tarot de la cosecha prolongada
de objetos extraviados en el taburete de la semana convertida
en sábana, enormes alacenas al lado de mesa: cargamos el alimento
en nosotros, las veinticuatro horas del cordero en el pecho,
la construcción de la escalera hacia el sueño,
hacia la brisa inolvidable del musgo,
días de grandes sostenes líquidos, diurno estero en la danza
de la cama, nombres olvidados, —sólo las huellas de la constancia,
la velocidad prodigiosa del trasmallo, desafiando la tubería
de la vena, el cristal lácteo en las manos,
las especias hexagonales del olor, el agua pura, desnuda
mordiendo las libélulas, las horas de respiración sin encallar.

Al final, la cópula diluida en los claveles blancos del petate,
sobre la aliteración imantada, anáfora giratoria del alambique,
donde el paisaje se vuelve telón cíclico,
otro pan recién horneado de invierno, mundo cerrado en la suite
de nuestros sentidos, petrificado fósforo en los costados.

Barataria, 13.I.2012

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