lunes, 17 de octubre de 2011

MEDITACIÓN EN LA CLARIDAD QUE SE ESFUMA


Está claro que la claridad puede verse ataviada de espumas
y cierta bisutería, de sed y hambre, al revés de los latidos buscando
el pulso debajo del quicio de la puerta del estertor.
en la claridad buscamos la luz, pero cuando ya es otoño,...
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MEDITACIÓN EN LA CLARIDAD QUE SE ESFUMA




(Todas las palabras esdrújulas,
como los sentimientos esdrújulos,
son naturalmente ridículos.)
FERNANDO PESSOA




La claridad que se esfuma, sí, la realidad que se esfuma, que escapa
de las manos y como un chispazo de luz, sigue la corriente del vértigo,
animal efímero descuajado en los ojos.
En toda vida las estribaciones deletrean al bufón de sartenes,
los clisés que a menudo profanan los balcones,
o la desnudez sin aderezos como la claridad agotada en un tejado,
o los pruritos de vanidad metafórica cuando no se tiene
otra historia y es el mismo disco rayado al pie de la sábana
fantasías de las bóvedas del estío como un corral plagado
de viscosidades y arcilla sinuosa.

Está claro que la claridad puede verse ataviada de espumas
y cierta bisutería, de sed y hambre, al revés de los latidos buscando
el pulso debajo del quicio de la puerta del estertor.
en la claridad buscamos la luz, pero cuando ya es otoño,
hay que poner en remojo el mínimo pudor, traspasar el propio
ego, salir del blanco y negro de la noche;
la belleza del poema está hecha de aguas sutiles; jamás la espuma
estuvo aquí para juntarse con lo perenne, jamás la tinta es blanca
en el despeñadero de la propia conciencia.

Hay escaleras infinitas, sin duda, para subir al cielo, sin dilemas,
ni tribulaciones, ni cuitas, ni convulsiones de amores desesperados:
a cada quien lo suyo, desde el trabajo al cinismo,
desde la desnudez procelosa hasta la necesidad de la miseria,
desde la niebla difusa, hasta las horas pálidas de la tristeza.
—Jamás he podido entender las poses maniqueas
la inseguridad disfrazada de altura,
la parte del todo con esquinas vacías, la tristeza dedicada al olfato,
pegada a la letanía del espejo.

La claridad se esfuma del lugar donde más se busca: nos queda
la espuma, como sábana imaginable, irreparable mesa a la hora
de todos los imaginarios posibles;
un solo antifaz es suficiente para descifrar el misterio del ojo ajeno.
(—¿Hasta cuándo el ángulo obtuso puede convertirse en ángulo
recto? ¿Hasta cuándo el paisaje será el mismo en la ventana,
en la noche que uno construye con tantos absurdos, oscuros
estiajes del aliento, vicio que no alcanza a levantar el propio hálito?)
dicho está que puertas y pasillos no se abren para todos
de la misma forma: pero la claridad es la misma, cambia sin duda,
el aire que flamea en las sienes,
los arcos de la luz sobre el follaje, el ojo que multiplica los féretros.

Después de todo cada quien tiene sus propias caídas y recaídas;
Así está escrito en la antología personal del polvo,
El murmullo, la devaluación de la moneda, serán siempre,
La lombriz en el absurdo de los zapatos,
El disparo esparcido en el ornamento, el parto compartido
En los tendederos, tristes náufragos de manteles a la hora cero.

Barataria, octubre de 2011

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