miércoles, 21 de septiembre de 2011

MEDIODÍA DE LA TINTA


Entre un espejo y otro enajenaron mis pupilas, el sabor del agua,
las calles con su aliento de enredaderas, el tumulto de los poros
sobre el cuaderno insepulto de pétalos, debajo del paraguas
despierto del fragor de tantos días con aguas y sombras y pájaros.





MEDIODÍA DE LA TINTA




Es curioso, ahora, recordar los estrépitos del alma en su butaca
de carne dolorida: la tinta sucesiva quemándose en el pecho,
el cuaderno, alto, del pájaro en la rama del desasosiego,
al borde la espuma del mar, en los ojos los rastros del asombro;
un relámpago de tinta dibuja rostros, aquellos rostros que perdí
en el último mediodía de la desnudez, aquel cuerpo absorbido
en la plenitud blanca de los dientes.
Entre un espejo y otro enajenaron mis pupilas, el sabor del agua,
las calles con su aliento de enredaderas, el tumulto de los poros
sobre el cuaderno insepulto de pétalos, debajo del paraguas
despierto del fragor de tantos días con aguas y sombras y pájaros.

Nos desvela, —después lo supe— el ombligo de tinta donde a ratos,
surgieron las caídas, el temblor ciego del pabilo
junto al árbol venerable de la memoria: la tinta que queda ahí,
indeleble, como una luz viva en los sentidos.
La claridad nacida del vahído, rayo desparramado en los labios,
es ahora tallo de la memoria, raíz trashumante,
estampada en la piel.

En cada estación del espejo, irrepetible, la metáfora
como un puente de aguas sobre la palabra en suspenso, sin reparo
de la página hecha, a menudo, borrasca, al cabalgar el viento
en el alto pétalo de la lluvia.

Me desvivo cuando paso el umbral de la puerta: asumo
lo disperso, luego busco la identidad alada de la armadura del esperma
en cada poema que salta de las ventanas, en cada vértigo del zigzag,
lámpara a fin de cuentas en el fondo del pubis.
Sé cuando es el mediodía y por vocación debo atravesar el fuego;
el cuaderno carece de fatigas, tiene ráfagas de tinta, pergaminos
donde el jardín se hace visible a mis ojos,
y las hojas, cósmicos vaivenes, susurro de almohadas;
y la almohada, linternas inminentes, conjuros de orgasmos.

A menudo todo es mediodía. A menudo la tinta es un velamen
de suspiros, fuego secular en los ijares, en donde el pulso
asume sus propias faenas: permanecer vivo en medio de los muertos,
caminar entre sonrientes paradojas,
y hasta descifrar las parábolas debajo de las sábanas,
ser parte del nido que deja de ser efímero, despertar sobre el cuaderno,
hasta detenerme en el hilo de la aurora.

Cada día que escribo el poema, atravieso el filo de la espada: sólo así,
me doy cuenta que existo y que la herida que produce la poesía
no es vano: es la poesía hecha cuerpo, ojo abierto al mediodía.
Es la poesía con vos, que salta los muros del fuego: voz que se abre
Al ala, entre tormenta y arco iris, en el ave que disuelve el tiempo,
Para hacerse, sin escombros, humano sueño.

Barataria, septiembre de 2011

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