viernes, 9 de septiembre de 2011

EL RELOJ NUESTRO ES YA FÉRETRO


Está ya dicho todo: el reloj nuestro es ya féretros; están dichas
las palabras necesarias sobre la cicatriz que espera cerrarse un día;
sé que fueron balcones las caricias, fecundo el templado nivel
de las aguas sobre la tierra,
pero hoy cuan do hay destellos fugitivos de rocío, debo marcharme,...
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EL RELOJ NUESTRO ES YA FÉRETRO




y entre su propia sangre fue entretejiendo sombras,
en su fe, en su armonía, en su sustancia humana.
ALFONSO COSTAFREDA




Está ya dicho todo: el reloj nuestro es ya féretros; están dichas
las palabras necesarias sobre la cicatriz que espera cerrarse un día;
sé que fueron balcones las caricias, fecundo el templado nivel
de las aguas sobre la tierra,
pero hoy cuan do hay destellos fugitivos de rocío, debo marcharme,
 renunciar cerrando la alforja de las semillas,
caminar largas calles de envilecida oscuridad,
quizá sin rumbo a chocar con otras paredes,
renunciar a la intimidad que tanto desvanecimiento me causa.

Otros fueron los días que amanecieron siempre con nuevos ojos:
ahora parece que la pesadumbre tomó partido en la cesión
de nuestros sueños, la opacidad muerde con salmuera los balcones,
saca el hollín de sus pequeños candiles,
la espina duele más como si hubiese sido tallada
para estos menesteres que vuelven ceniza a la miel,
la sábana estremecida en las pupilas.

(El reloj ha sido nuestro peor enemigo para juntar las manos
en el cristal del aliento; salvo la resignación, diré, además,
que guardo los golpes como centellas oscuras, hogueras
donde las piedras golpean el pecho sin miramiento alguno.
Supongo que las horas son frías cuando se vive en la intemperie;
ahora entiendo la soledad como un desprecio,
la última puerta del engaño dejada a merced de la mesa vacía
donde la indiferencia madura los tomates. A menudo me pregunto:
¿quién gasta el alma sin arrepentimientos,
la luz que gotea en los sueños,
quién nace del pecho haciéndose oscuridad, marea sin ley
en las persianas del porvenir?)
Y, aunque me cuesta aceptarlo y decirlo, el reloj nuestro es ya féretro,
prueba consumada de nuestra propia llama.
El equilibrio nos fue avaro en su invisible balanza,
fue de espuma el vaho de los pájaros; ahora la epidermis del alba
tiene calambres, estancadas aguas en el relieve de las calles,
donde se hace pústula el granito y aleteo in fructuoso las pupilas.
Uno nunca inventarea los finales atroces de la dicha,
ni qué tempestades rodearán la libertad,
ni qué muerte tendrá la dicha,
la propia vida que por un rato pierde la claridad.

Sé que ya no hay espacios para inventar lámparas,
ni piadosos oráculos para esta madera que se ha vuelto comida
suculenta para el comején. Hoy deseo no regresar.
No llegar nunca a velar los antifaces que tus manos han puesto
a destelladas en el tiempo. Sólo sé que antes, la luz,
era un movimiento continuo,
una fosforescencia cerca del sudor, una renovada piel de azúcar;
sin embargo, ahora, dejó de ser la antigua compañera
de la lucha, para convertirse en la sombra terrestre de los féretros,
en la escalera de la fosa…

Barataria, septiembre de 2011

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