jueves, 8 de septiembre de 2011

CÍRCULO DE LA SOMBRA


En la aldaba del portón del horizonte, camina la sombra
con su bestial rito de círculos a sembrar danzas en los poros:
roja fogata en el espejo de los paralelos que acompañan
el surco de la fiebre; cobra vida la manzana mordida de la sombra
en el paraíso que la muerde, el nido de las aguas
con sabor a sábanas, el espasmo de un calendario de polen.




CÍRCULO DE LA SOMBRA




Un ventisquero de rizos
acampa en la ansiedad de mi corazón.
RENÉ CHAR




En la aldaba del portón del horizonte, camina la sombra
con su bestial rito de círculos a sembrar danzas en los poros:
roja fogata en el espejo de los paralelos que acompañan
el surco de la fiebre; cobra vida la manzana mordida de la sombra
en el paraíso que la muerde, el nido de las aguas
con sabor a sábanas, el espasmo de un calendario de polen.
Ahora, somos cómplices del aire ante la tortura que aprieta el azúcar
del bosque germinado, la fuente del venero cercada por los ojos,
el éter interior punzando, acaso, el idioma urgido de los vientos.

(Ah, pero existen sombras de abominable metales,
días de oscuras tumbas, sábados de embudo y miedo,
silencios innumerables de facturas no pagadas,
escenas donde el teatro muerde la Sodoma de los palcos.
En la sombra, la costra de la garganta, alambradas donde se establece
la intemperie, claras destrucciones como el odio en el regazo
que acuna a dos cuerpos beligerantes. Hoy ya no somos lo que fuimos:
ya no más anfetaminas de crispada oscuridad,
ni cargos de conciencia a la hora del ver al péndulo en la cámara
de gas del gris de la espera, cuando ya el aliento
se ha puesto sobre el mantel de los desasosiegos.
Todo ha terminado y todo escapa a las explicaciones, sin abrir
un expediente de culpable. La sombra del tiempo nos ha hecho
renunciar al paraíso.)

En un momento la armonía se ha vuelto ominosa polilla;
cuesta sobrellevar la piedra que horadó el aliento cuando el pudor
se volvió fetiche de pulpería, y la indiferencia una luz de muerte.
Quiero amanecer para saber la razón del porvenir,
entender las leyes de las palabras, asomarme si fuese posible,
al sitio de la infancia con sus barcos y espejos sobre el agua.
Puede, sin duda, que todavía el fuego me consuma y que la tortura sea,
un reloj sin agujas, lento invierno mordiendo los jardines;
u otra arista de la garganta donde la penumbra agiganta el rumor
de los molinos. De cualquier forma, sé que estoy a oscuras,
girando en el mismo círculo de la incertidumbre,
despidiéndome todos los días de la muerte,
esperando multiplicar mi cuerpo en la vendimia del sexo.

Mientras juntos quitamos la compuerta de las aguas estancadas,
que el tiempo haga lo suyo:
la inclemencia es plena en su errático vértigo, fiera orfandad
cuando los sueños han partido hacia otro lugar desmemoriado.
No puedo detener este réquiem de círculos, ni siquiera pensar en salvar
algunas palabras, aquellos sueños promisorios:
el nosotros sin todos los absurdos…

Barataria, septiembre de 2011

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