miércoles, 24 de agosto de 2011

HUNDIDA LA RESPIRACIÓN EN LA TORMENTA


Hundida la respiración en el metal sordo de los pasos, nos queda
sólo, la complicidad de los signos zodiacales, el tiempo
de cada palabra, la tarea de la sabiduría en el arpa
de las enredaderas; añadimos al ritmo, la limonada de las abejas,...
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HUNDIDA LA RESPIRACIÓN EN LA TORMENTA




When I do count the clock that tells the time
And see the brave day sunk in hideous night,…
WILLIAM SHAKESPEARE




Hundida la respiración en el metal sordo de los pasos, nos queda
sólo, la complicidad de los signos zodiacales, el tiempo
de cada palabra, la tarea de la sabiduría en el arpa
de las enredaderas; añadimos al ritmo, la limonada de las abejas,
quizá el hilo de la bruma con su rictus, el trazo sin reservas
de la sombra, —no sé si tras el fragor de la angustia,
podremos entender las paradojas del vendaval que nos hace desmorir
en cada relámpago, en cada diente suspendido en la noche.
En el afán, que también es respiración de la angustia, velamos
las manos, invocamos, las mariposas talladas en granito:
cada circunstancia muerde cabellos y recuerdos, el frío
en la garganta, el ojo todavía lastimado de tanta oscuridad, el largo
silencio que siempre es una tiza en el espejo.
Hago lo necesario para seguir guardando limpio e intacto el regazo:
sé que la jauría del viento no cesa; acechan también los sudarios,
el chirrido de la herrumbre en la conciencia;
surgen las astillas del miedo entre ventanas de cipreses,
el sobresalto de vivir entre los grises del patio cotidiano del país;
de pronto es inminente la oscuridad de las antorchas,
la materia del aliento sin ninguna sonrisa porque ésta fue robada
por el fogón del entresueño.

(De pronto me hundo en la acumulación de tantos recuerdos.
Me inunda el apogeo de las aguas, el cielo ardido del césped de la carne
que no cesa en su convocatoria conspirativa;
a veces quiero estrellar mi garganta en las laderas rotundas
de la ternura, en el redondo paisaje fugitivo del sonido;
pero la noche me retiene con piel húmeda, la noche de la tierra
en mi boca, la noche del rostro en las pupilas.
Aquella felicidad fue efímera en los labios; largo el destello del alma,
la tierra sola, cedida a la espera,
la cocción plena de los deseos, mezcla de noche y aurora,
estremecido litoral del polvo en el cuaderno del alma.
Aquel brillo duró, lo que dura el vuelo del pájaro mientras acomoda
su propio vértigo, mientras el pecho adivina lo entrevisto;
a menudo me hundo en la luz transitoria de las certezas:
siempre amanezco con peces en las manos, impregnado de barcos,
hacia el cuerpo de la esperanza y no a la espuma de las promesas.)

Con todo, debo caminar con claridad en zapatos y garganta;
debo hacerlo en virtud de mi propio cansancio:
hay piedras tangibles a la lucidez; pero también las hay, aquellas
que nos roban la tranquilidad, la piel nocturno de las bóvedas,
sobre la campana primera del arroyo.
Por ahora, debo caminar sin más, sumido en tantos pensamientos;
quizá la lucidez de mi altura sea de otro tiempo menos oscuro…

Barataria, agosto de 2011

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