sábado, 6 de agosto de 2011

CAMINANTE INIFINITO


Luego he caminado con la paciencia que tiene todo caminante.
He visto de cerca y de lejos la Esperanza, la desnudez hambrienta,
los aperos colgados de la sonrisa, las manos esparcidas por todos
los poros: camino. Soy el fuego infinito de mi propio destino,...
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CAMINANTE INIFINITO




Los ángeles que pasean por mi sangre
son ángeles rebeldes.
CLEMENTINA SUÁREZ




Luego he caminado con la paciencia que tiene todo caminante.
He visto de cerca y de lejos la Esperanza, la desnudez hambrienta,
los aperos colgados de la sonrisa, las manos esparcidas por todos
los poros: camino. Soy el fuego infinito de mi propio destino,
la carne alucinada de larvas, el pájaro sobre la rama, la vocación
perenne de la lluvia, el número presente en la ventana cuando
la garganta traga, a plenitud, todo el rocío desprendido del oculto
fuego que tienen los vagones de los trenes, aquellos de mi infancia.
Soy un caminante infinito por todas las calles de la tinta:
Así he ido devastando cuadernos y bolígrafos, ojos, sandalias
y minutos, horas, semanas, meses y años.
En algún momento he socavado mi propia dentadura, cuando
de bruces he caído sobre las calles empedradas del Paraíso.

(En el trayecto, mi única cábala ha sido el instinto, el olfato de animal
nocturno, porque la utopía se ha vuelto dudosa porcelana,
hija del desmán y los autoritarismos.
Ante la lengua irascible de la demografía, prefiero caminar y escuchar
la respiración secular de las luciérnagas, gozar del deshielo
de la feligresía, morder la toga del escalofrío, esta humana sombra
de mí mismo, envuelta de aguas innumerables como la hoja
que no teme al sereno ni a las viejas barbas del zodíaco.
Soy un caminante infinito, sin alternancia, entre tantos espejismos,
entre pájaros y armadillos, entre las moscas del ideólogo y el hollín
del que vive entre catacumbas: a veces todo parece inasible, pero
no cedo ante los partidos de fútbol, ni a la jerigonza de los códigos
publicitarios. Me es más útil, el adoquín gastado de los relojes,
la turbulencia de un amor descomunal,
o el simple caminar sobre el filo del paladar hendido.)

Cada día me deshago de lo fatuo. Hay una fuerza descomunal
por matar el día a día; encontrar un reino, por fin, sin tantas lápidas,
sin tantas conciencias en el mismo charco del asedio, sin tantos
cadáveres como centinelas a la hora del sexo. Pienso en campanas,
que traduzcan lo grotesco en melodía; pienso en los absurdos
que producen la comicidad de nuestro tiempo, en la piedra grotesca
de los cabildeos, en el susurro gris de los labios de aquella boca
endurecida en la mortaja insatisfecha del azúcar.

Soy caminante infinito. Infinito habitante del invierno. Infinito
comensal de puertas; busco, sin fatiga, el racimo del sudor bajo
la lámpara del cielo, esta demasía de habitar la intemperie.
Sé que alrededor hay miradas oxidadas, molduras de pretéritos,
peltres de claridad dudosa, encajes con pespuntes,
cuerpos a solas comiéndose las uñas del tabanco, las mazorcas
de hollín, pero yo, soy caminante infinito:
vivo depurando mi propio sufrimiento hasta sanar, hasta que,
más tarde o mañana, sea luminoso el espíritu…

Barataria, agosto de 2011

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