miércoles, 20 de julio de 2011

SEPULTADA BOCA


Para el olvidó sepulté todas las bocas que me dieron calor;
aquellas bocas que levantaron fuego en mi corbata,
aquellas bocas que repitieron una y otra vez mi nombre en medio
de la noche, —bocas amarradas a mi boca, largas tormentas
del éxtasis, ventanas abiertas a mi costado.
Sol Duc Falls Trail Olympic National Park_ Washington.
Imagen tomada de miswallpapers.net




SEPULTADA BOCA




Boca que arrastra mi boca:
boca que me has arrastrado:
boca que vienes de lejos…
MIGUEL HERNÁNDEZ




Para el olvidó sepulté todas las bocas que me dieron calor;
aquellas bocas que levantaron fuego en mi corbata,
aquellas bocas que repitieron una y otra vez mi nombre en medio
de la noche, —bocas amarradas a mi boca, largas tormentas
del éxtasis, ventanas abiertas a mi costado.
Para liberar el grito, sobrepasé la orquídea de las nupcias,
rompí pacientemente los recuerdos hasta cristalizar el sudor;
vulneré la humedad de las paredes, la cúspide, la saliva en el pezón.

Bocas en mí derribadas, el himen respirado en mis manos,
bocas desveladas, licores traspasados del gozo, rojos definitivos,
bocas acostumbradas al desvarío, espectros de esperma seducido,
bocas albas, de escapulario y catecismo,
bocas suplicantes, como el ciprés herido del deseo.
Para ya desvivirme no quiero, el golpe mordiéndome en el abismo.
Para vivir sí, el colibrí de las luciérnagas, el césped salpicado
de anhelos, la estrella ensortijada del pétalo en los dientes.
Entre una y otra boca que sacudió mis sueños, me cuido de la mortaja,
del misal que los limones exprimen en las sienes;
me cuido de las costuras tensadas de las palabras, cómplices
del estigma, diestra saliva de los espectros.

De una boca a otra, hubo nardos y cirios fatigados, suaves pulsos
y desvelos atroces, enjambres de sombras sin restañar.
A la audacia infatigable, le puse ascuas desmesuradas, dedos
suntuosos y despiadados espejos.
Otras bocas sólo fueron ese grito en regiones saladas;
nadie pudo devolverme la risa, sino la lengua troquelada de la oscuridad.
(“Huyo del mal como de la muerte, del mal que nos hacen y del mal que hacemos.
Invento pensamientos, imágenes que no veo:
Ibis sobrevolando las pantanosas márgenes del Nilo.
Suscito polvaredas en mi mente vacía, pensamientos que en vano intento iluminar;
Aturdido por eso me refugio en la oscura biblioteca,
Aún sabiendo que discursos y palabras no van más allá del mundanal riachuelo.”)

De todas formas me aparto de las monotonías: de las bocas
que no son ventanas, de las sombras arañadas del espejo; me aparto,
por si acaso, de la palidez que trazan las tormentas en los grises;
de cuanto ahoga la fragancia sin entregarse.
Para el olvido, también el humo de los eclipses, la geografía del ayuno,
las distancias conspirativas del ritual en las manos del lúpulo.
Aunque en arca abierta hasta el justo peca, me olvidé de la brisa
transitiva de las cortinas; y me he quedado viviendo, muy a gusto,
en la trastienda del polvo del infinitivo, a sabiendas de que aquí fue Troya.

Barataria, julio de 2011

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