miércoles, 27 de julio de 2011

AGUACERO DE CAMPANAS


Mientras la sangre establece su esperanza, sigo en este aguacero
de campanas moribundas, lunas taladradas de lágrimas,
sollozos de muda herida. Sigo remontando la chatarra del ídolo,
las bicicletas domésticas de las sombras.
Arrecian las semanas con bodegas de hollín; la polilla está en los ojos
Imagen tomada de fondosf.blogspot.com200906blog-post.html





AGUACERO DE CAMPANAS




Acordarse de entonces,
de heridas que se saben de memoria,…
CARLOS PUJOL




Mientras la sangre establece su esperanza, sigo en este aguacero
de campanas moribundas, lunas taladradas de lágrimas,
sollozos de muda herida. Sigo remontando la chatarra del ídolo,
las bicicletas domésticas de las sombras.
Arrecian las semanas con bodegas de hollín; la polilla está en los ojos
como un cuchillo de vinagre y hojarasca, como una parte de mí
que come la tinta del cuaderno; puertas y ombligos soportan
el aguacero del vejamen, este destino de párpados mojados, dientes
de mohoso calendario: en cada noche las venas transpiran, supuran
el aliento del búho siniestro de las campanas que lloran sin ángeles,
descalzas dentro del eco del pantano,
abismos trasegados de embriaguez, metálica oquedad en la almohada.

(Donde quiera que esté, la noche anda el camino desoyéndome,
ráfagas de gotas como piojos transparentes en la yedra perteneciente
a las piedras, sobre la tierra donde hay vagos paraguas
y ningún resguardo para soportar la náusea,
el zumbido feroz de la espesura, los sonidos reventados en el tímpano,
la esquirla que de pronto es agua líquida, llave putrefacta,
sangre enmarañada, sediciosa batalla de negaciones.
A menudo es como estar en bandos contrarios: la sensación de congoja,
el sarcasmo de la lluvia sobre mi propia miseria, los brazos largos
e inclementes de las aceras. Esta salmuera sobre las raíces,
cava sobre cuna y sepultura,
vuelve oscuro el resplandor de las campanas.)

Al cabo, cuesta encontrar el equilibrio, la imagen vivible, sin túnica
ni analgésicos, sin estertores disfrazados de esquinas y golondrinas,
sin desvaríos donde confluyen laberintos.
Siempre es una batalla venir del vértigo e ir hacia él sin aspirinas;
en otra época, ya bebí el aire en frasquitos oscuros, guardados
en antiquísimos armarios, y los minutos en calaveras solemnes.
Ahora debo caminar con mi ingenuidad heredada, disímiles caminos
del agua, badajos de rancias estrofas, catálogo de ecos
en la hamaca artificial del vaivén.

Debo oler mi propia ebriedad, el perfume del duelo que habita
en mis labios, la profecía de la sal en la esterilidad del campanario,
cada sombra que crece como una sucesión de cuartos para el alquiler,
para hospedar atardecidos cansancios, caricias de extrañas alas,
almuerzos sin manos ni semanas.
Cada aguacero de campanas nombra mis propios despojos:
el techo demasiado alto sostenido de los dientes, los pantalones
sin bolsas, la carpa donde carraspea el lenguaje,
las muchas páginas desordenadas del sueño, este vuelo sin más
que la propia niebla del eco que aletea en la conciencia.

Barataria,julio de 2011

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