lunes, 27 de junio de 2011

RESONANCIA DE LA HOJARASCA


Cansado de ventanas, el fermento de la luz, los mismos insectos
entre galope y trueno; la rama del yo en la sombra de la aridez,
la escarcha del aliento, el cuerpo consumido, ataviado de hojas
de guarumo, ixcanales, almendros. Al cabo la indulgencia
de la conciencia: la ropa atada con nudos en los tendederos de la brisa,...
Imagen de André Cruchaga





RESONANCIA DE LA HOJARASCA




En la vida de un hombre hay almacenes llenos de objetos y maderas con insectos,
hay tensos mundos artificiales y canales por los que discurre la sangre hasta los vasos,
JUAN CARLOS MESTRE




Cansado de ventanas, el fermento de la luz, los mismos insectos
entre galope y trueno; la rama del yo en la sombra de la aridez,
la escarcha del aliento, el cuerpo consumido, ataviado de hojas
de guarumo, ixcanales, almendros. Al cabo la indulgencia
de la conciencia: la ropa atada con nudos en los tendederos de la brisa,
dientes que han renunciado al tiempo, exilio de los sueños
como un puñal de ceniza. —Ahora sé que el martirio puede durar
toda una vida; las honduras se han tornado arenas movedizas;
el párpado, en sal permanente; las cucharas,
emboscada de abejas letales. La hojarasca bebió la última sangre
de las proclamas: la niebla en la piel del alarido, cuarenta noches
de poros desgarrados, cuarenta días sin campanas; arden, por supuesto,
los fuegos trizados por la apatía, el hervor maltrecho de las manos,
los tiempos consumidos por el letargo, el condón escarchado del follaje.

Sin saberlo, he escrito relámpagos sobre las tumbas giratorias
del universo; el luto me hace inventar acantilados:
justo cuando las tardes no retoñan,
ni el ojo se percata de los candados del cierzo. ¿Dónde quedan
las resonancias, sino en el tronco sordo del subsuelo,
quizá en el hacha arrancada de la intemperie, en la neblina dispersa
de tantos libros en el grito de la alambrada?

—Reconozco que el musgo de los recuerdos es despiadado:
yace abierto el golpe en el rostro, no el olvido que tanto he deseado
en mis manos. (Pero debo caminar con los centímetros de luz
que me quedan: hijo de la oscuridad desconocida, la transparencia
quebrada de los vidrios, la caricia por decreto que no llega a infinito.
Nada es extraño ante las lecciones purulentas de las alcantarillas;
todo obedece a un orden de imágenes turbias, esto fue decretado
en la medianoche de los sueños. Y así, con esperanzas o sin ellas,
escribimos cartas en los tapiales del alma, atardecemos rostros
en la marcha, atravesamos la antigua sombra del orgasmo.
Hay ecos que se abren en las fotografías. Sombrillas conjeturales
rompen las costillas hasta que sangra el manubrio de las neuronas.)

Pienso que la hojarasca entraña alegorías de absurdos dientes;
hay aguas contaminadas en todo este petate de penumbra, hojas
desabridas por la orfandad, delirios que las sombras hacen visibles.
Al interior de las ventanas, las monedas ruedan en el mismo
calendario: ¿Habrá alguna vez, ardientes brújulas para atisbar lo lejano?
—Por ahora, me quedo con el prólogo de la herrumbre;
después buscaré, en el fondo de la brújula, algún tipo de viento
con hojas no caducas. Así queda escrito en la sentencia de los sueños,
en el otro espejo que empuja el combate.

Barataria, junio de 2011

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