viernes, 8 de abril de 2011

CABALLO DE TROYA


En el eco se siente la orgía de los halcones, a menudo el poema
quiere hacerse Epeo, un simple estratagema de espasmos,
un guión de teatro en el Paraíso de los alfileres.
Dios me guarde de aquel engendro de madera antes de llegar a Ítaca,
ciudad yerma, al borde de la locura,...
Imagen tomada de Wikipedia




CABALLO DE TROYA




Agathos.-Nada has dicho, Oinos mío, que requiera ser perdonado.
Ni siquiera aquí el conocimiento es cosa de intuición. En cuanto a la sabiduría, pide sin reserva a los ángeles que te sea concedida.
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En el eco se siente la orgía de los halcones, a menudo el poema
quiere hacerse Epeo, un simple estratagema de espasmos,
un guión de teatro en el Paraíso de los alfileres.
Dios me guarde de aquel engendro de madera antes de llegar a Ítaca,
ciudad yerma, al borde de la locura,
ciudad negra en medio de cierta fauna galopante: respira no la piedra
soez, con sus arrugas despellejadas, sino cierto veneno
ensortijado, monstruo de aquella ciénaga de la metrópolis:

(“…construyen los caudillos griegos, a persuasión y por arte de la divina
 Palas, un caballo grande como un monte…”
“…Muchos miran con asombro la funesta ofrenda consagrada a la casta Minerva, y se pasman de la mole del enorme caballo. Timetes, el primero, nos exhorta a llevarlo dentro de los muros…pero Capys, y los más prudentes con él, aconsejaban, o que se arrojase al mar aquel falaz artificio, don sospechoso de los griegos; o que… se lo redujese a cenizas; o que,
en fin, se taladrase el vientre del caballo…”
“...abrimos brecha en la gran muralla y dimos ancho acceso a la ciudad. Todos se entregaron a la obra; encajaron ruedas debajo de los pies
del caballo y le echaron al cuello fuertes sogas...cuatro veces se detuvo
el caballo en el mismo umbral de la puerta, y cuatro veces resonó
en sus flancos un crujido de armas...”)

—Yo sueño anticipadamente con la risa de las debacles:
veo las faltas de ortografía en los dramas; intuyo la esclerosis de la saliva;
en el camino me asalta la cuesta de ciertos narcisismos,
(no los míos, claro, que tampoco son ángeles) el narcisismo, por ejemplo,
de la falsa candidez,
las escenas de desdicha alimentadas por Mefistófeles,
la sombra que da vuelta alrededor de los zapatos.
Una manera de reír, —me digo mientras escribo entre colillas—,
es leer la esquina humana de las fábulas: para ello acudo
a Augusto Monterroso, “siempre estamos contando historias y pidiendo
compasión”, siempre nos contagian los pedales de las bicicletas,
carraspean las extremidades banales de ciertos exorcismos,
y claro podemos levantar la mano para tener derecho a sobremesa,
así como hacen los pronombres colectivos de los malos modales.

—Pienso, claro. Bueno, pienso —en ciertas sagacidades—: en la luna
menguante del susurro, en el pavor de los vampiros,
en la Flor del Olivar de Carmen Naranjo, en los sahumerios, antes
que el último peldaño de la escalera caiga sobre la cópula del espejo.
—Queda poco en este mundo que no huela mal: hay una vasta noche
de suicidios al tamaño de Wall Street, en mi propio cenicero.
Es probable que el miedo produzca tantos cataclismos hasta convertir
en algoritmos las alcantarillas, el propio alud sin sentido
de las palabras, los fantasmas colgados de la agonía.
—Juro que me encantan los cuentos de hadas y piratas, sin dejar
a un lado a Sherlock Holmes…

Barataria, abril de 2011

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