lunes, 31 de enero de 2011

MADERA


Carne yerta en la banca de mis fantasías: ahora no es verde
la sombra, sino confundida sombra del sepia, —hecha también,
para el luto sin tregua, monótonos comejenes en la indiferencia
del sueño; algún pensamiento queda en las astillas,
el tiempo del cuerpo y la brisa leve,
la sábana hirsuta en el cuerpo, la vereda sin copos ni piyama,
Fotografía: Jon Sullivan



MADERA





De eternidad sedientos siempre vamos.
Obcecados vivimos y creemos.
Muere la fe al instante en que morimos…
FRANCISCO ANDRÉS ESCOBAR




Carne yerta en la banca de mis fantasías: ahora no es verde
la sombra, sino confundida sombra del sepia, —hecha también,
para el luto sin tregua, monótonos comejenes en la indiferencia
del sueño; algún pensamiento queda en las astillas,
el tiempo del cuerpo y la brisa leve,
la sábana hirsuta en el cuerpo, la vereda sin copos ni piyama,
el frío de la luna que baja, como un tafetán negro.
Hacia adentro, las puertas pierden su propio alfabeto: los pies
sumergidos en la polilla,
el grafiti como telón de la maleza, la rama oscura de las lámparas
o los cirios en derruidos candelabros;
no veo por ningún lado la trementina de los sueños, sino
las variaciones oscuras de la hojarasca, en medio de tanto sigilo;
(desde siempre aprendí en el rocío del bosque, el amanecer íntimo
de la llama, gocé ciertas sustancias indelebles;
ahora es la pesadez rota de la madera, sosteniendo la casa del pecho
sin horcones, sin reglas ni cuartones,
sin el tapiz de los meses en el mimbre.)
El tiempo termina confundiendo cualquier señal de certidumbre:
no es el pétalo, sino la madera orillada de la vigilia,
la garlopa tenaz que va irrumpiendo en la superficie como una lengua
de singular maquinación.
Hay fiebres en el aliento de las horas: en la cáscara infame
de los báculos, en el rechinar continuo de las ramas de la historia;
la piedra obceca las raíces de los labios
en su franquicia de dados,
confines de la materia angular de los poros.
La sed es la verdad absoluta para los descalzos: los monumentos
a la saliva, —intentamos subir a través de la escalera del guarumo,
las grandes noches cerradas de ceguera;
mordemos la carne del País a través de la sospecha: esquirlas
en las fisuras del tiempo, corvos de ferocidad hambre,
aserraderos incubados como albergues de la noche, panaderías
del grito, verjas de súbitos destellos.
Nos enviste la sierra de las pulsaciones, ahí donde los sentidos
se bañan en salmuera, ahí donde la sonrisa se desdice en medio
de la arboleda derribada: la misma leche vestida de noche.

Barataria, 30.I.2011

viernes, 28 de enero de 2011

BOCAS ANOCHECIDAS

 Los amigos que yo supuse, no eran amigos. Cambiaron la alegría
por sórdidas banderas; ahora comparten sus bocas anochecidas,
el mundo oscuro del cine mudo; se han vuelto espuma de grises
sobre el mantel del alma. Ahora los veo desde lejos,
desde la duplicada instransparencia de los despojos, desde esa
otra dimensión de la vida: la condición humana de lo abyecto.
IMágenes gratis



BOCAS ANOCHECIDAS




como una estrella al mediodía,
—pasión mayor del frío olvido—,
jalones de la vida…
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ




Los amigos que yo supuse, no eran amigos. Cambiaron la alegría
por sórdidas banderas; ahora comparten sus bocas anochecidas,
el mundo oscuro del cine mudo; se han vuelto espuma de grises
sobre el mantel del alma. Ahora los veo desde lejos,
desde la duplicada instransparencia de los despojos, desde esa
otra dimensión de la vida: la condición humana de lo abyecto.
Desde el balcón de los extravíos, el viento que despierta al cierzo;
los espejos descuajados de lo lóbrego,
el mundo sórdido de la pesadez,
los frutos de la noche sobre el granito, en su centro, penumbra
del tiempo sobre el tejado del horizonte.
Los amigos que yo supuse, no eran amigos: era el espejismo
de la última cena, lo quebradizo de lo ignoto, las aguas mutiladas
de las agujas, el pensamiento avieso de los agujeros:
—ahora, la luz desveló todas las sombras; las sombras son eso:
explosiones que estuvieron sumergidas en los sueños,
imanes de ceniza en el pensamiento,
inexistentes rostros en el surtidor del cielo.
Fueron árboles que fingieron la costumbre del éter, elementales
ramas de la orografía de Dios,
obedientes bocas de otras bocas sin sexo,
piedra estacionaria en la alquimia de los pétalos:
estuvieron a mi lado y nunca pude descubrir su universo virtual;
multiplicaron los cardúmenes pero nunca nacieron parábolas,
me tuvieron sitiado y nunca descubrí ese otro Evangelio, su antiguo
rito de conspirar contra las ventanas.
Ahora sé, que aquéllas personas, jamás fueron mis amigos:
me entretuvo la atalaya de la lluvia,
el aposento de las campánulas, el hálito de los girasoles,
pero nunca sospeché en las trampas del escombro.
Nunca tuve tiempo para medir la acción de las axilas al mediodía,
el polvo como un hilo de mil ojos;
sólo pensé en los balcones del rocío, en el cuaderno de la piedad;
y sin embargo, —entre el bostezo descuajado de los brazos—,
descubro el cactus circular del calendario,
la conciencia constreñida de las semillas, el poyetón interior del hollín,
la capacidad para destrozar los jardines.
Ahora sé, tras el abrigo de la almohada, que las baldosas no tienen
alas: sólo sirven para gastar los zapatos, y la claridad
que no se encuentra en los bostezos.
Al filo de mi cuaderno interior, las luciérnagas: el chorrito de sabiduría
que me respira, aun en el escondrijo de los cangrejos.
Lo demás se lo dejo al tiempo y a la linterna filial de los pájaros…

Barataria, 25.I.2011

jueves, 27 de enero de 2011

ESCOMBROS


A diario servimos la neblina en la mesa: rezamos para alimentarnos
de fantasmas; en el ocaso, la luz se convierte en blasfemia;
en la oscuridad intensa, la boca respira las cruces del día.
Fotografía: Paolo Nero



ESCOMBROS




Matar a un enemigo no es difícil; matar
A un robot es matarse, bien pensado, a sí mismo.
GABRIEL CELAYA




Cada vez este País en menos cierto. El terror y la impunidad
no tienen nombre, tampoco son necesarios los milagros para salir
de estas aguas de alcantarilla.
Sólo la sal depredadora brilla en las axilas; aquí perdió
la dialéctica su propia placenta.
Arde la sangre con sus flechas fantasiosas, el magma del huracán,
el ventarrón mudo de la agonía, el disfraz alumbrando el subsuelo.
No hay lugar seguro para restañar los sueños, ni limpiar
la respiración en medio de oleajes sinuosos;
sólo hay tiempo y espacio para exaltar las Sumas tribulaciones
en este campo soterrado de huesos;
—no hay otro espejo, que el poyetón siniestro del hollín
con sus tapiales oscuros: aquí la cárcel es la ciudad o como si lo fuera,
en el misal de la ceniza, en las aguas del desorden.
(De pronto uno quiere renunciar a este País donde huyen
los pájaros, a esta naturaleza fúnebre del polvo; aquí arde
el aliento de la escoria en cada acera, en las calles desordenadas
de la bisutería, en la fiebre del engaño.
Cada cuchillo procrea lágrimas y futuro: tocamos el filo en cada
zapato; en cada conciencia, el miedo es otra ubre en sigilo.)
Vivimos encerrados en el resuello de las migajas: migajas de todo;
no puedo amar a un País que sólo deja desposarte con la miseria,
con la destrucción del ala,
con la expropiación de la propia conciencia.
A diario servimos la neblina en la mesa: rezamos para alimentarnos
de fantasmas; en el ocaso, la luz se convierte en blasfemia;
en la oscuridad intensa, la boca respira las cruces del día.
en la ley no caben los descalzos, ni el cadáver que construye
a diario el vejamen, ni el castillo pintado de arco iris por los niños,
ni el ojo que puede ver más lejos ciertos laberintos.
(Las falacias nos sirven de sombrilla y los aplausos, de piñata:
hemos caído en los tatuajes del disfraz,
en la pelota dominical de las diversiones. El oficio es sajar la Esperanza,
hasta que la extenuación sea la tierra contundente de la miseria.
No puedo amar a un País que hace del alfabeto un balbuceo,
un circo, una pocilga, un largo callejón de ruinas.)
Detrás de cada cuerpo hay músicas siniestras, entumecidos bosques,
Un País cercenado, entrañas putrefactas, costillas delirantes,
Amaneceres en pozos macabros, bartolinas donde el fuego
No da tregua, muertos cansados de morir en las pezuñas,
Aguas lentas mordidas por el semen de los perros, estiércol que invade
La memoria: todo está aquí en esta locura de País que tenemos,
Menos por supuesto, la alegría firme de la risa, menos la ventana,
Sino el escalofrío que repta por los poros…

Barataria, 23.I.2011

martes, 25 de enero de 2011

NADIE EXISTE EN LA LUZ, SÓLO LA OSCURIDAD


Nadie existe en la luz, sólo la oscuridad asoma en el tizón de las pupilas.
He sido rostro en la noche, estrella en el agua: fugaz meteoro todo
llega a las manos: todo el invierno nacido de los ojos,
la boca, los utensilios del respiro, los pasos, la eterna conciencia
arrasada, engendrada en los guishtes de las sombras.
Fotografía: Jon Sullivan



NADIE EXISTE EN LA LUZ, SÓLO LA OSCURIDAD




Nadie existe en la luz, sólo la oscuridad asoma en el tizón de las pupilas.
He sido rostro en la noche, estrella en el agua: fugaz meteoro todo
llega a las manos: todo el invierno nacido de los ojos,
la boca, los utensilios del respiro, los pasos, la eterna conciencia
arrasada, engendrada en los guishtes de las sombras.
Hay días enteros de furia y ceños fruncidos: el harapo de la sombra
cubre los poros, el cuerpo, la boca, las manos;
las cicatrices palpitan en el alfabeto de la oscuridad; alrededor
de la puerta nos asfixian los días sin párpados: palpita la piedra
de la noche en los dientes, el coro de los taladros, la voluntad
de las estatuas, la claridad apagada de los girasoles en las verjas.
Muerdo la toalla de las telarañas cada vez que las persianas
no transpiran ventanas, cada vez que el espejo es elogio de la noche;
en cada candil de nubes, deben los insectos sus propios desechos,
el polvo de los armarios nos ahoga,
el falso gregarismo de los pétalos, la oscuridad profética
de los caballos: arrecia la oscuridad sus manos de escombros;
al pie de los rieles de las luciérnagas, la memoria socavada del tiempo,
con sus nudos de pañuelos, —espaldares de sillas con murciélagos,
limones de oscura acidez,
tabancos mayores que el desacierto,
aleros donde el hollín sigue siendo el mayor interlocutor del alfabeto.
No existe la luz, pues, en los sombreros del oscurantismo,
ni en la camisa del pulso manchada con aceites de rancias
mecedoras, ni en el tragaluz cargado de hormigas,
ni en el viento que derribó las llaves de los balcones: sólo es cierta
esta gota de metileno en los ojos, la grieta profunda del paisaje,
las gentes sin cuaderno buscando el horizonte.
Hay noches donde los olores se disfrazan de transparencia;
hay días donde la transparencia, conviene disfrazarse de realidad:
entre el desvelo y el instinto, nos salvan las dulzainas;
el pozo publicitario en las paredes, nos sirve de rocío, de juego
subterráneo o de simple pizarra
para beber los brebajes de la sal.
De seguro, jamás alcanzaremos la luz, mientras exista la crayola
oscura en las paredes del alma, en el guacal de las nubes,
donde lavamos los ojos, en la garganta con líquidas laringes,
en el comedor con tímidas tortillas, en la servilleta con manchas oscuras.
Cierto es que se acabaron los días domingos en las ventanas:
ahora cada uno finge su propia felicidad, el aullido doméstico
trasladado a las aceras, los durmientes mojados de impotencia,
la liquidez del sueño respirando aire puro.
Sólo nos es dada la claridad en analgésicos: lo demás, es la sombra
dilatada de las monturas, el ordeño del hollín…

Barataria, 21.I.2011

domingo, 23 de enero de 2011

EL RELOJ ALREDEDOR DEL HAMBRE DE LOS MINUTOS


Muerdo el hambre en la celosía de los minutos, en el reloj revuelto
de las aguas, en la otra oscuridad que ciñe el silencio.
Entre los dedos los murciélagos desnudos del polvo, los colmillos
de los segadores, la túnica crispada de los párpados.
En la guillotina del reloj, cuelgan su bastón los paraguas.
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EL RELOJ ALREDEDOR DEL HAMBRE DE LOS MINUTOS




Muerdo el hambre en la celosía de los minutos, en el reloj revuelto
de las aguas, en la otra oscuridad que ciñe el silencio.
Entre los dedos los murciélagos desnudos del polvo, los colmillos
de los segadores, la túnica crispada de los párpados.
En la guillotina del reloj, cuelgan su bastón los paraguas.
El regocijo, antes tuvo pañuelos ahorcados: —igual que las monedas,
las manos se vuelven sombrías,
en la colmena de los poros, en esos sudarios alrededor de ciertas
cicatrices, en las postales del ciempiés de las sombras.
Vivimos en medio de una ciénaga de cuervos: recogemos, apenas,
las migajas de las segunderas, la cosecha de los establos,
la rama dulzona de las diademas del agua en el guacal de la sed;
al pie de la noche desnudamos nuestras soledades: nos apresa
el pánico, la puerta tirada, los reptiles curvados de los zapatos,
los deseos hasta el cuello, hundidos en el tributo del sollozo.
Una cama de espinas golpea nuestra espalda, —no duerme el sueño
arraigado a la ceniza,
ni con fortísimas cerraduras, ni con promesas de enhiestas rocas;
nos come la hoguera del escombro,
el afilado telar de los minutos, las sombrillas irrestañables
de las sombrillas, la mesa sofocada del hambre.
—Somos, después de todo, el ojo medroso frente a los demonios;
el estrecho dominio de los dedos, la rala presencia de los cabellos
en la sombra del mundo.
Hay días que nos llueve la playa del asco en las pupilas, —nos llueve
lanza y espuma; extrañas escaleras, sumas de sorda contabilidad,
insomnes caricaturas de los labios.
Hoy por hoy, sólo nos queda arrimarnos al cuaderno de las luciérnagas,
aprender la lección de los gargajos, golpear los féretros,
quitar las escamas oscuras del terror.
No es fácil encontrar la salida compasiva a los sueños, en medio
de la truculencia, turbias aguas en el río de la sangre.
—Vivimos transcurridos en la ráfaga: nos desdibuja el estallido
del reloj, nos entumece cada bulto de aire aspirado, nos recorre
la ternura colgada de alambradas, —el calcetín recurrente de la noche.
Ya no puedo caminar con las pupilas gastadas:
los párpados cuelgan de los zapatos cansados de la almohada;
amanece el muerto frente a la ventana,
asoma su nariz la calle incierta, (contigo la redondez de los huesos
se hace evidente; las uñas, de prolongado granito;
los brazos, una cubeta de hielo. Contigo, tampoco me salgo de este
mundo de espuma: llueve el reloj todas las ramas del miedo;
vos, agolpada en el cabeceo del reloj; yo, abajo, sonriéndole al insomnio,
mordiendo la desazón del patetismo,
aullando sobre el muro de las enredaderas…)

Barataria, 19.I.2011

sábado, 22 de enero de 2011

INFINITUD DE LA ESPUMA


(Ahora me vienen tantas fragancias inútiles:
los sueños que se perdieron en las palabras, en el zumbido
de los atrios, en la oscuridad ceñida al sabor de las frutas agrias.
De hecho, en cada rama de agua florece la sal adusta de la noche,...)
Fotografía: Jon Sullivan



INFINITUD DE LA ESPUMA




Sobre las aguas, la lengua amarilla de la espuma, el olor de los peces,
los cuchillos del azogue, el ombligo blanco de la luna sobre
el papel de los cabellos dispersos de la brisa.
(Ahora me viene a la memoria, “El lugar sin límites” de José Donoso,
el aserrín de incienso en la boca, los sollozos abiertos como una montaña
cayendo en el ocaso, la claridad amarga de la espuma
subiendo en forma desmedida hasta las rodillas.)
Nos hemos acostumbrado al sostén de los litorales desiertos,
a todo lo efímero que nos nombra,
a ese destierro diario al que nos avienta el filo de la muerte;
a ratos nos conmueve la sal derruida de las sepulturas, el infierno
de las preguntas, la bocina del eco, el camión despoblado del reloj,
la respiración temprana de las cebollas y los ajos,
los sobacos entumecidos en la invocación,
todos los dientes postizos del calendario guardados en la fosa nasal
de la Esperanza, el carburo apolillado del desayuno.
En este ir y venir sobre la espuma, —las aguas nos quitan los pasos
mientras los perros ladran en racimos de ceniza,
las semanas de humo enrollado en las pupilas, en el tabanco
de las cejas, en el bolsillo barrido de monedas, en la caja de pandora
de las bocinas, donde desmaya el mar sus esquinas azules.
La infinitud, a menudo, nos roba el gozo y los días postreros
de los peces; nos roba el azúcar asoleada de las gaviotas, la espiga
de la ola, el muelle levantado por los despojos del mar;
nos roba la sábana: sangra como un viento de caballos, muerde
con sus anillos de sal.
(Ahora me vienen tantas fragancias inútiles:
los sueños que se perdieron en las palabras, en el zumbido
de los atrios, en la oscuridad ceñida al sabor de las frutas agrias.
De hecho, en cada rama de agua florece la sal adusta de la noche,
la puerta rota de la voz,
el ruido que hacen los labios extendidos en el pálpito: siempre es así,
después de todo, cuando el dolor se vuelve sordo,
cuando los clavos perforan la garganta,
y hay un nudo de dientes en la oscuridad cotidiana. Siempre es así,
cuando los deseos se vuelven brazaletes de guijarros,
y el juicio es capaz de enterrar las raíces.
En la infinitud de la espuma, rememoro el pie de la madrugada
y los estornudos del calendario con todo el eco salpicado de juguetes
y caricias, con el relincho de las páginas en blanco.
Con toda esta vigilia es difícil conciliar el sueño: salpica el desamparo
con todas sus alambradas, azota el golpe envolviendo las ventanas,
la almohada desdibujada por los ceros,
el alma rota, sin brazos como un mendrugo en los vertederos.)

Barataria, 17.I.2011

miércoles, 19 de enero de 2011

ACERAS SOBRE LA ESCALERA DE LAS SOMBRAS


Así he caminado siempre: escaleras, sombras mordiéndome
los zapatos, los infiernos balbuceando puños, el País sucesivo
en las enredaderas, los secretos, suficientes para levantar edificios,
rascacielos de confesos monólogos,
mitades de piedra en la perenne ráfaga del zodíaco.
Fotografía: Jon Sullivan



ACERAS SOBRE LA ESCALERA DE LAS SOMBRAS




Así he caminado siempre: escaleras, sombras mordiéndome
los zapatos, los infiernos balbuceando puños, el País sucesivo
en las enredaderas, los secretos, suficientes para levantar edificios,
rascacielos de confesos monólogos,
mitades de piedra en la perenne ráfaga del zodíaco.
Nos harta la elocuencia siniestra de estos días: el columpio
de los miedos, los días que se viven desmadejando la vigilia
y toda su bocanada de espinas;
(hoy he recibido cartas de mis amigos, sus bocas lejanas y sanas
buscan los pétalos; mientras aquí, todo es una extraña fábula,
casi como leer las paredes del escolasticismo.)
Tras los almácigos de las sombras, el calendario en su propio vertedero,
laderas oxidadas del jadeo,
nostalgias ceñidas a los poros, ojos colgados en la noche,
junto al búho clavado en la mirada.
Hay aceras sin rostro donde sepultan los cadáveres;
y la taza de café se hunde en la sangre derramada, en el vaso
adverso del aliento, en la aridez baldía del reloj con sus esferas
tropezando con el viento. El pan apenas cavila en el ojo.
Los andenes se han vuelto tribunales del desamor y la ponzoña:
anochece en los paraguas menguados del follaje,
sube el hacha sobre el cuello, el cierzo muerde la sal amarga
de los gusanos, las ancas quebradas de los difuntos,
el sorbo de aves de rapiña en el espejo;
nadie te mira en la selva presurosa de las escaleras, en el peldaño
del polvo, en la saturación decadente de las pupilas:
nadie te mira en la oscuridad del pulso, en la comarca del musgo
con sus espejos empañados de saliva,
con sus silencios de harina.
(vos y yo, prestidigitadores y quirománticos a ultranza de la orina,
junto a la explosión desequilibrada del aliento,
sin avanzar en la equidad de la balanza, con el júbilo devorado
lentamente, por el hilo ciego y roto de los arcanos.
El oleaje de la locura nos muerde los sueños: aquí, por desgracia,
nos estrenamos cada día en la herrumbre, en la luciérnaga
ordeñada de la noche, en la hamaca de la flama del candil crepitante,
en la Gomorra del hormiguero, —memoria respirada de la ráfaga.
A vos y a mí, nos duele la lucidez de los corderos;
nos duele la desnudez sin argumentos, la sombra desafiante
del galope, los aromas apocalípticos de la indefensión,
los matochos insertos en nuestras sienes, la risa inclemente
de los espejos, la unanimidad de la hojarasca sobre el césped.
vos y yo, hemos acumulado cisternas de salmuera: sustancias
que cortan la respiración, y muñones de mariposas en las criptas.
Vos y yo, nos hemos olvidado de las manos y los brazos:
ahora tenemos arrugas adustas e inesperadas levitaciones.)

Barataria, 17.I.2011

martes, 18 de enero de 2011

SAL EFÍMERA


Sal efímera el azúcar deshaciéndose en las sienes. Bóvedas
de mares agónicos, esta olla de presión de lo inmenso.
Estatua se hizo el nido dibujado en la muerte de los litorales:
desde la piel habitamos las caricaturas,
emergen aguas salobres y cansadas, retretes de marginales
cuadernos, labios donde el entusiasmo palidece.
Fotografía: Jon Sullivan




SAL EFÍMERA




Sal efímera el azúcar deshaciéndose en las sienes. Bóvedas
de mares agónicos, esta olla de presión de lo inmenso.
Estatua se hizo el nido dibujado en la muerte de los litorales:
desde la piel habitamos las caricaturas,
emergen aguas salobres y cansadas, retretes de marginales
cuadernos, labios donde el entusiasmo palidece.
En los sitios más recónditos la noche se hace persistente, fuego
atroz de los insectos, alimento calcinado de los sueños.
En días amarillos, hunde los dedos de los girasoles,
las lagartijas sobre el polvo, el paladar duro de los abanicos,
el hilo pedregoso de los acordeones,
la nube inocente en el ápice de la lengua.
—Siempre arde la sartén en la orilla confiada del deseo:
en la limonada secreta de los muslos; la sangre convoca, aunque
sea efímero el diente sobre la Esperanza
sobre los cálidos pájaros del calendario con maderos y espuma.
Siempre las certezas de los relojes son inexplicables:
hay trampas y tijeras y arenas movedizas y confabulaciones;
lo efímero nos explica el silencio,
los signos de los días imprescindibles,
las esquinas de las gavetas, los tafetanes abstractos de los tatuajes,
la nostalgia de caballos en tranvías, el golpeteo
de los pañuelos en las sombras,
el animal escupiendo ojos estupefactos, mendrugos de color
en las ventanas,
pájaros semejantes a la impaciencia,
fugaz como lo más palpable de la memoria en su negación
de alas, fantasmas que devoran los lugares comunes del sexo.
De hecho, ni siquiera en los cementerios hay eternidad plena:
ésta dura mientras la memoria no agoniza,
mientras los barcos no sean hechos de tristeza,
mientras la lejanía guarda su equilibrio de sombra adusta,
mientras el fósforo enciende las luciérnagas,
mientras el espejo no desdiga las formas,
mientras la brevedad no sea sopa de fideos, ni mariscos,
ni la televisión nos ponga condones en los ojos,
mientras el tapiz negro de la boca no se convierta en tizne,
mientras no nos obliguen a cruzar al unísono los brazos
y las rodillas como marionetas de circo barato,
mientras el tiesto de las manos sirva para armar la arcilla:
lo efímero es la piedra angular de los violines;
lo eterno fatiga y se torna sospechoso, —por ello es necesario
la neblina en los espejos, la mujer que invoque cada día
la siembra y la cosecha, las tildes de las cortinas en las ventanas.
Si sobrevivimos es porque hay juego en las palabras y podemos
escribir en los pergaminos del musgo, el habito
de desdibujarnos cada día…

Barataria, 15.I.2011

domingo, 16 de enero de 2011

LABORIOSA HERRUMBRE EN LOS GOZNES


Ahora el tizne nos muerde como un puño cerrado, osamenta
del crepúsculo en la boca; es oscura la laboriosidad del tiempo:
la lengua sorbe los rieles estériles de los dedos,
las pupilas cocidas en medio de tupidas osamentas;
en cada ojo hay tupidas funerarias, y moscas de laboriosa brizna,
tumbas soñolientas donde los muertos no descansan.
Fotografía: Jon Sullivan



LABORIOSA HERRUMBRE EN LOS GOZNES




Ahora el tizne nos muerde como un puño cerrado, osamenta
del crepúsculo en la boca; es oscura la laboriosidad del tiempo:
la lengua sorbe los rieles estériles de los dedos,
las pupilas cocidas en medio de tupidas osamentas;
en cada ojo hay tupidas funerarias, y moscas de laboriosa brizna,
tumbas soñolientas donde los muertos no descansan.
Todo gira alrededor de ciertos sarcasmos,
los peces abatidos en su propio suspiro, las heridas
abandonadas de palabras, el perro retorcido en sus males endémicos,
con el umbilical de las raíces.
En torno a la leche de las bisagras, todas las bocas son mudas:
el aire derramado en las cloacas del hambre,
los fantasmas en casacas grises,
santificados al unísono por la herrumbre, multiplicados
en la carne del sonido, sobre la cruz del césped, en la fiebre que gira
dentro de la sal. Hay luces que trituran el rostro
ásperos cuchillos empapados de oscuridad.
La herrumbre trabaja sigilosamente en el silencio: nos da su pan
sombrío, los salmos en cucharadas de saliva;
parte de los sueños ríen salvajemente en la sábana corrosiva
de las mortajas con cabezas sorbidas por máscaras.
Las begonias nos persuaden de su aguda existencia; nos despierta
el árbol ensimismado de las simbologías, hasta suspendernos
en el vacío, en el hueco detenido de las hojas,
en el martillo de los recuerdos que nos muerde con sus dientes
demacrados, con la sombra plantada en la decadencia.
Vivimos días con la respiración al ras del suelo: —¿alguna vez
soñamos con el alfabeto de las mañanas, con el agua destilada
de los invernaderos, y la intimidad del aire en los surcos del mar?
Nos desconoce el ala con si destino clarividente,
los goznes de la herrumbre agotan el horizonte, el filo nos sobra
como un delantal desolado;
las palabras cerradas coinciden con la noche, —con ese doble
juego de las mesas sin manteles, con el dibujo del pájaro húmedo
de tinta: las sombras nos acompañan con su mortal tobogán;
es así de simple. Morimos en la forma muda del poema.
Debajo del hierro, plenarias de grasa como leche negra en la cabeza
del futuro: —formas, duelos sin cabeza, vocales de dudoso
papaturro, raíces de duras ciudades,
densas vaginas de la noche con su sesgo de humedad y cárcel.
(Nos parece incierta la madera y la solidez de las cucharas;
Ahora tranzamos con los alfileres y los sótanos, con el subsuelo
De las adivinaciones, con el catálogo de los sótanos,
Con la lengua degastada de los epitafios y sus eufemismos.
En la lección de la herrumbre no hay seguros de vida, ni otro
Tipo de pólizas para extender el aire.)

Barataria, 15.I.2011

viernes, 14 de enero de 2011

ANTESALA DE LA NOCHE


La bóveda de la oscuridad muerde la antesala de la noche:
es fiero este universo con su luz intangible, con sus calcetines
ingrávidos, con los éteres del ocaso y cierta pesadumbre;
bajan a menudo, de los sueños, bultos de ceniza,
senos raídos por la tristeza de Dios,
anteojos al borde de un galope seco y abismal.
Fotografía: Jon Sullivan



ANTESALA DE LA NOCHE




La bóveda de la oscuridad muerde la antesala de la noche:
es fiero este universo con su luz intangible, con sus calcetines
ingrávidos, con los éteres del ocaso y cierta pesadumbre;
bajan a menudo, de los sueños, bultos de ceniza,
senos raídos por la tristeza de Dios,
anteojos al borde de un galope seco y abismal.
Me doy cuenta que la piedra horada el labio de los pétalos,
—la hojarasca muerde mis sentidos, la pulsera del aliento,
El árbol del pecho con sus días grises.
Nunca supe de otro río que no fuere el desdén por la vida,
los paraguas sordos, creciendo en la intemperie del calendario
con sólidos adobes de salmuera: hay en cada boca, pájaros
de letal herrumbre, cascos hundidos en la oscuridad de los poros,
mortajas de tensadas llaves, alacenas de porfiado hollín,
latidos punzantes deshaciéndose en el pulso de la muerte.
Cuando el eco de la noche se vuelve caricia,
el espíritu deja en barbecho los sentidos: busco los brazos
y a cambio tengo, alacenas por donde caminó el grito,
y donde el delirio me bebe con su falta de transparencia.
Cuando busqué las ramas del árbol, sólo encontré soledades,
enredaderas de alevosos mecates,
voces de nublada oscuridad, imágenes donde se concentran
alevosas ventanas, cirios de insomne lejía,
cielos donde se fugan las alas y se saluda al agua de rodillas;
cuando busqué los espejos, cada vidrio era una galería
de agujas, pechos invisibles, afeites de arena,
vértigos de sangre y lienzos de angustia: —nunca ha sido fácil
dejar los calcetines de tanto pie cansado,
de cada presente en fuga con piedras y candados en la entraña.
Estoy, por cierto, en medio del pisapapeles de la espuma,
la colmena desvaída de la mesa mordiendo los costados
de la otra costilla rota del horizonte.
Sobre la emoción de esta sombra final, tanto golpe se remoza
y aunque se vuelva angosto el latido, el labio casi duerme en su propia
antesala, en el supremo mar de los fantasmas.
Nunca fue casual tanto trino endurecido: ahora lo entiendo
en la concavidad y braceo de las palabras, los caminos violentos
de agujas, el Sistema que acaricia con sus huesos, la esterilidad
de los absurdos en medio de la tirantez de las escaleras.
El ansia se mueve como un péndulo de ceniza. Todo ha sido
cáustico y de doble anclas; todo ha sido huraño, hasta el cascajo
solemne en los pañuelos, hasta la hipnosis de los arcanos.
Sé que estoy en esa gran antesala de la noche: dejaré el rocío,
y acaso el agua o el cielo, me sirvan de alfombra
para mis pies sin zapatos, para mi sed llagada. Atardece en la mirada,
como atardece el aire en los sueños,
como el ventanal roído por el azogue de los cuchillos.
Como el litoral que espera que el agua se desnude…

Barataria, 11.I.2011

miércoles, 12 de enero de 2011

EL CORAZÓN DE LA CENIZA


Me matan los silencios y se desmorona todo: la página a mitad
de los espejos, los gajos de agua del minuto, la travesía del crepúsculo
con sus cuerdas de nylon, las ojeras de la sombra,
en las calles de los párpados, (todo nos consume como los puntos
suspensivos en la maroma extasiada del agua);
tus gemidos confundíos no tienen desenlace, ni la ceniza garabatea
la lengua a la orilla de los retablos.
Fotografía Jon Sullivan



EL CORAZÓN DE LA CENIZA





Tanto soñé contigo que mis brazos acostumbrados a cruzarse sobre mi pecho cuando abrazan
tu sombra ya no se amoldarán tal vez al contacto de tu cuerpo.
Y, ante la aparición real de aquello que me obsesiona y me gobierna desde hace días y años
me volvería yo una sombra sin duda,…
ROBERT DESNOS





Me matan los silencios y se desmorona todo: la página a mitad
de los espejos, los gajos de agua del minuto, la travesía del crepúsculo
con sus cuerdas de nylon, las ojeras de la sombra,
en las calles de los párpados, (todo nos consume como los puntos
suspensivos en la maroma extasiada del agua);
tus gemidos confundíos no tienen desenlace, ni la ceniza garabatea
la lengua a la orilla de los retablos.
No sé, tal vez de aquella noche brotan las calles quemadas
de la memoria, las ingles podridas de las lámparas,
el acto de desbocarnos en los calendarios del sudor, en ventanas
petrificadas, casi quemadas en las hormigas de la garganta.
Morimos acostumbrados al centelleo del polvo, —el molino de la espera
que nos taza la enredadera de los harapos;
saltas sobre el prepucio de mi esperanza, de esa ilusión que a ratos
en evidente solo en los espectros.
Ahora somos una sombra de irreal travesía: y sin embargo muerde
el cántaro umbilical de los sueños, las aguas encandiladas
de la ducha, la arcilla de la que estamos hechos;
nos ahoga cada escalera destrozada en la saliva, la barba despeñada
de las palabras, el murmullo vacío de los huesos:
nos acostumbramos a la espera, y en ese trance hemos convertido
las caricias en obsesiones de sombras,
en puertas de eternidades frías.
Casi nada nos afirma, salvo la esfera coja del miedo y el rincón
de alfileres de la duda, la inseguridad de la sonrisa entre rejas,
esta realidad distinta, árida en que gravitamos con las ingles rotas.
Contra todo pronóstico, hemos vuelto al corazón de la ceniza:
—eternamente ahogados en el tiempo, hondas noches en el silencio
de la arena, erizados por la indiferencia, o acaso, más ensimismados
en la maquinaria agónica del arco iris.
Ahora, quizá, ya no conozca tus poros, ni la boca que se amoldó
a mis palabras, ni las manos que recorrieron los meses del ombligo,
ni la ventana adentro sin paracaídas;
quizá de nada sirvan los anteojos nuevos, ni el chicle amoratado
de la espera, cuando el diluvio dejó las manos frías
y hay ceniza en las ventanas y el tren está al ras del suelo
como un semoviviente que agoniza en medio de guijarros.
—Hace días, meses y años, que las luciérnagas llegadas a la tumba
Se volvieron sombras. Así de sencillo musita el aliento…

Barataria, 08.I.2011

lunes, 10 de enero de 2011

LA IDIOTEZ ME MATA


Delante de los ojos, tanta idiotez fermentada en el alma: la boca
como ojos secas de un otoño en desorden, los desechos casi
con ojeras en la garganta, los huesos que derrumban la carne
a punto del cansancio que los apuñala.
Imagen:Fotosgratis



LA IDIOTEZ ME MATA





…le bonheur voudra que sa langue s’englue
Dans le miel infini de l’idiotie finale.
ANDRÉ PIEYRE DE MANDIARGUES





Delante de los ojos, tanta idiotez fermentada en el alma: la boca
como ojos secas de un otoño en desorden, los desechos casi
con ojeras en la garganta, los huesos que derrumban la carne
a punto del cansancio que los apuñala.
Me carcome el tiempo con su hipo incandescente, el desvelo roto,
náufrago de la memoria, en momentos en que me asedian
las monedas del vejamen: en la sombra el usgo cambia los colores,
(la mesura está manchada por las arrugas de la piel)
en los rincones del aire me alcanza
el latido solitario del cuerpo, los sonidos de la salmuera,
los caballos dispersos de la lengua: esos otros alfileres que horadan
la carne con el barro antiguo de la ceniza.
De pronto me doy cuenta que estoy entre los páramos más adustos:
nada es en la memoria, salvo la caverna y sus dosis de oscuridad;
tanta torpeza me vuelve violento: grito, naufrago, en mi propia
locura, levanto el sos como una ola palpitante,
muerdo la joroba del cielo, incendio mis ojos que se desgajan,
pero admiro las catástrofes de medianoche,
los enigmas derramados por el zodíaco,
los vapores que salen inhabilitados de los poros,
este vasallaje deprimente de los surcos, —la perversidad enajenada
con todas sus costumbres, la virtud como un muelle descarnado.
(Hay que vivir en medio de este paisaje casi familiar:
Sacudir la horda de las sombras, doblar la entraña de las hostias
Y esperar o esquivar los designios.)
A menudo este reino es demasiado depravado: en cualquier esquina
bailan las mortajas y las huestes con sus aperos monstruosos.
Aún no sé el fin de esta muerte a pausas: —deseo acordarme del olvido,
de los cabestros y su regocijo;
quiero olvidar los perros que acechan en las calles
y el filo del sonambulismo, la docilidad de la espalda y las distancias
con sus fauces de cementerio;
quiero olvidarme de estar despierto y que los latidos son dementes,
quiero no ser el círculo del cordero, ni el crujido de la rama;
quiero no ser sin ser, la sábana que deshuese mis poros,
ni el disfraz de la tumba,
ni la bestia criada a ciegas duplicando sus colmillos.
Tanta idiotez me mata: hay bocas extrañas con lepra en los dientes,
hay potreros urbanos que rechaza el subconsciente, hay centinelas
en la tinta invisible de mi almohada…

Barataria, 07.I.2010

domingo, 9 de enero de 2011

INAMOVIBLE EL CARACOL EN MIS DESEOS


Pongo en la solapa de los libros el caracol de mis deseos como
un reloj o brújula del sentido común de las palabras; sostengo
cada movimiento en el círculo oculto de las esferas: de hecho, el espejo
copia todo el filo de los minutos en la lengua,
el desvelo demacrado del cierzo,
Imagen: Fotos gratis




INAMOVIBLE EL CARACOL EN MIS DESEOS





Y los días no son tan plenos
Y las noches no son tan plenas
Y la vida se desliza como un ratón de campo
Sin agitar la hierba.
EZRA POUND





Pongo en la solapa de los libros el caracol de mis deseos como
un reloj o brújula del sentido común de las palabras; sostengo
cada movimiento en el círculo oculto de las esferas: de hecho, el espejo
copia todo el filo de los minutos en la lengua,
el desvelo demacrado del cierzo,
los epígrafes de la baba en el caracol que cargan los trenes
en la penumbra de los vagones. Las esquinas del mendrugo
y el péndulo; el sabor tetelque del juego en los párpados.
Hay que reírnos ante ciertas sustancias en la cuenca de las manos,
reírnos del ritmo de los pulmones,
de las escaleras insoportables de la saliva,
de los círculos que da la mano sobre el abecedario,
del engrudo del amor, de los mimetismos aprendidos en la escuela.
A parte de todo, nos muerde el grafitti de las grietas,
el lápiz roza de cansancio los extravíos, —uno se paraliza
ante la hipnosis de la ráfaga: recuperamos el aire sin decir palabras,
estiramos la porcelana de la perplejidad,
cambiamos los secretos en los acantilados del ansia,
hasta que convertimos en rodajas de pan las ansias del azúcar.
Todo parece un aprendizaje disuelto en la salmuera: el cielo
es más agónico en el desvelo que en ciertos momentos donde
donde la sed se posesiona de la saliva.
Hay agonías que hacen crepitar el humo del cuerpo, —la levitación
real de los sentidos, el tapiz de los anfiteatros,
el mismo bosque húmedo reverdecido del musgo, las noches
plenas disfrazadas de memoria:
de pronto el espejo es un destello negro en medio de la noche,
en medio de todos los ratones torturando los zapatos;
(A menudo pienso en las libélulas con un dejo de descrédito;
recuerdo las esquirlas como peldaños en la lágrima,
los salmos de Dios en cada estrella que respiro: duermo tensado
entre los dedos de tantas ausencias: las aceras siempre
me resultan una fatalidad, la tormenta en la nube de los cementerios,
el enigma de la bestia sumida en los burdeles,
la piel gastada del aire, con sus propios sonambulismos.)
Con todo, crece la polilla y los días quemados de moscas,
La mala vibra de las cortinas pulverizadas,
Las estridencias complementarias a los martillazos, el vértigo
Torrencial de los pecados capitales, la marea de las ramas,
Desnuda en el entrecejo…

Barataria, 06.I.2010

jueves, 6 de enero de 2011

LARGO EN LA ETERNIDAD FUGAZ DEL DESTELLO


En la noche se apoderan de la almohada los fantasmas. Son fugaces
estos hilos de la eternidad, el sigilo de los cántaros en los ojos,
el presente de cada día en la sombra de la luz, la brisa del alma
transpirando las mejillas, las ubres infaustas de la cavidad
desvelada en el albedrío de la calamidad.
Imagen: Fotos gratis



LARGO EN LA ETERNIDAD FUGAZ DEL DESTELLO





[...]Prefiero estar entre la gente
más que como un asesino
como un peligro latente
como un provocador en pronunciada agonía
GHÉRASIM LUCA





En la noche se apoderan de la almohada los fantasmas. Son fugaces
estos hilos de la eternidad, el sigilo de los cántaros en los ojos,
el presente de cada día en la sombra de la luz, la brisa del alma
transpirando las mejillas, las ubres infaustas de la cavidad
desvelada en el albedrío de la calamidad.
—Por cierto que se nos llama a ser aguas mansas, en medio
de la truculencia, restregarnos en la dormitación de los cerillos,
en la parafina embebida de los felices,
en el perro que ladra salivoso al poema de los riscos de los pies.
Nos muerde el galope desesperado del relincho,
en la alacena de las luciérnagas;
los días son inciertos en una botica de pueblo: en el bosque quebradizo
de las aguas termales de los poros, en la sien rota del destello;
nos miramos rompiendo los párpados del alma.
Con el rumor de la sal hacemos amaneceres siniestros: pasamos
de largo la Osa mayor, el arado, las siete cabritas del zodíaco;
por cierto que las miradas se vuelven itinerarios vacíos
encima de los trajes de las serpientes,
frente al espejo la mala racha de los falsos pudores: se rompen las ingles,
sobre el mantel de los dedos de los deseos,
las pupilas arrasan con el pan de las ventanas; mordemos, de pronto,
el mecate del sollozo restregado en las mejillas
como un objeto desechable por las compulsiones maníacas
del calendario; naufragamos en la Patria de los labios, morimos
pronunciando al país: nos aflige el asesino con la dicha de usar
el sol en la muñeca de las manos;
de pronto nos astilla el amor y sus aguas de funestas piñatas.
De pronto el vértigo desde el fondo de los ojos con sus globos perversos,
las dádivas, las conmiseraciones a destiempo.
A veces estamos al acecho de la Gracia que desconocemos;
—¿Quién diría que con tanta boca efímera, tenemos aguas de letal
joroba, perennes fábulas, ventrílocuos del huerto eterno?
Nos harta el silencio cargado de bocas, este pasar de largo la eternidad,
ser en tanto la intimidad es agua quebradiza,
vivir en los sonambulismos del subsuelo hasta anochecer,
olvidar que los sueños son bosques calcinados,
en los nidos salpicados de zancudos: (vos y yo, con la risa enrarecida
de los cuartones enmohecidos,
y el tiempo que nos pasa de prisa sin suspenderlo en nuestras manos.
Vos y yo, aproximándonos a los huesos de las miradas
sin un cirujano que nos corte de tajo la perplejidad y la joroba
en el pecho, el presagio insólito que nos ha hecho la carcajada aviesa.)

Barataria, 05.I.2011

miércoles, 5 de enero de 2011

LAS FRIALDADES DE LA VIDA


De pronto un día nos encontramos con todas las verdades desveladas:
—la transfiguración de los peces, la supervivencia en los feroces
mercados de la vida, las mutaciones del esplendor, el subdesarrollo
al nivel del cuello, los vacíos de las doctrinas sobre la desnudez:
hay tantas cosas, que de pronto los sueños se convierten en vaho,
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LAS FRIALDADES DE LA VIDA





—¿Es verdad? -preguntó Lehameau riendo—. Yo también, sabes —añadió entonces muy serio—, cuando tú estás conmigo, ya no pienso en el frío, en la dureza del tiempo.
RAYMOND QUENEAU





De pronto un día nos encontramos con todas las verdades desveladas:
—la transfiguración de los peces, la supervivencia en los feroces
mercados de la vida, las mutaciones del esplendor, el subdesarrollo
al nivel del cuello, los vacíos de las doctrinas sobre la desnudez:
hay tantas cosas, que de pronto los sueños se convierten en vaho,
(aquella saciedad de ríos sin unicornios,
las aguas colectivas en la resurrección de la ceniza. La historia
superpoblada de sombreros canónicos,
vos metida en los fuegos pirotécnicos de la oscuridad. Vos, intransitiva
en los párpados del frío, sin más consuelo que la penumbra.)
La alquimia nos alumbra en la flama de la sal.
Masticamos colillas en el reloj gélido del aliento. (No estás a mi lado:
la noche cubre la caja torácica de las begonias
plantadas junto al litoral de las gaviotas. ¿Dónde queda, después
de todo, el aleluya del orgasmo, el latido verde de los senos?)
nos conmueven los trenes ahogados en un cenicero, las semanas
sin domingos, los teléfonos, los chat enrarecidos de palabras.
Los nombres nos parecen vitrales dormidos en las luciérnagas;
en los armarios cabe la vigilia de los cipreses,
el candil devora el único aire que nos llega a los pulmones,
hay manos ahogadas en el pálpito del mar,
día a día nos enfrentamos a ese extraño desierto del pan, al aire
cuya somnolencia crepita como un pájaro moribundo.
Después de todo, hay tantos olores irreparables: la memoria lo sabe;
cada aletazo del tiempo nos cambia el paisaje. Cada día muere
en el otro día de la perplejidad, —así hemos vivido el trance de la risa,
las sábanas gastadas del césped,
el susurro del musgo, la ternura subterránea de la almohada,
el asombro masticado en la madera del sueño.
De pronto nos conmueve tanto frío laborioso: el cuerpo tiene horas
de hielo como ese desamparo de los poros en poros ausentes.
Por eso nos llenamos de demoras y monólogos. De miedos a existir
en fragmentos de llaves, —péndulos de exótica herrumbre,
calendarios de silábicas caricaturas,
o simples citas en la alambrada del pensamiento: hoy en día
son condición los desniveles, la queja extendida de los brazos,
la playa fúnebre en el náufrago, las hilachas de sal en el ápice
de la lengua, la copiosidad de los candados.
La negación nos tiembla en el aliento: —estamos hechos
De los residuos del destiempo, del gris de los silencios, de los delgados
Alambres de las paginas, vertical forma del ritmo de las piedras.
El frío nos devora con sus lecciones diarias de catálogos inciertos.

Barataria, 04.I.2011

martes, 4 de enero de 2011

EL POEMA INCLINADO EN LA NOCHE


En el poema las aguas frenéticas de la noche, la arcilla verbal
de la tinta, la conciencia en sucesión de espejos galopantes.
Muerde el mar las manos del papel en el éter del relámpago:
sólo es perenne la caligrafía en la piedra de moler, en la bóveda
de la soledad que construye el tiempo con las tijeras del calendario.
Ilustración: Imágenes gratis


EL POEMA INCLINADO EN LA NOCHE





Para mis lámparas difuntas... Buen camino, peregrino.
A las hazañas del poeta hastiado
mi vitral dislocado
en los rieles de la melodía.
CLÉMENT MAGLOIRE SAINT AUDE





En el poema las aguas frenéticas de la noche, la arcilla verbal
de la tinta, la conciencia en sucesión de espejos galopantes.
Muerde el mar las manos del papel en el éter del relámpago:
sólo es perenne la caligrafía en la piedra de moler, en la bóveda
de la soledad que construye el tiempo con las tijeras del calendario.
Mordemos así, el taburete o el atril o el púlpito:
las reliquias bienhechoras de la memoria,
todos los reinos tiernamente oscuros del amor, el frenesí
de la sintaxis, la cacofonía de la sal en los límites de las pulseras.
A veces estamos llamados a sostener la sartén en el pecho,
y la tumba de los olvidos que nos reclaman presencia absoluta.
Cuando las consonantes son diurnas, los peines traspasan
las arboledas, y el líquido corporal de las llaves;
cuando las luces se apagan en el patio de las pupilas, rondan
los murciélagos del astro mayor del pensamiento en los dedos.
El poema nos revela los dientes oscuros de los rieles redondos
de la noche con sus fosas y delirios,
con toda la sangre rehusada de las estatuas,
con todas las calles como zapatos en desuso: —río cuando no puedo
pronunciar palabras,
ni escuchar los sonidos del sudor,
ni siquiera sollozar bajo el altar mayor de la intemperie, tomada
por largas espinas de grises; río frente a la escalera desvalida
de los ídolos, del apóstata a la orilla de los moluscos, del acróbata
en medio de la multitud del agua.
Lloro como lo hacen todos: para desentumecer los ojos; lavar el iris,
las córneas, las pupilas, para sumar unánimemente el dolor acechante,
esparcir el olfato y susurrar al oído.
No puedo decir lo mismo del baño maría del azufre para purificar
la garganta, destapar los oídos, raspar la lengua con agua oxigenada,
ni cocer el epazote en hornillas de ceniza.
Al parecer todo el aire del poema se siente en el aire de la noche;
en el día, las cosas son diferentes: el sopor es galopante en las palabras;
el afán de la subsistencia, asfixiante como el gallo a deshora
en los tímpanos, como el chorro de agua que indaga en las manos
desde las axilas. Después de todo, aunque lo nieguen, no hay días
limpios ni zapatos innecesarios: el poema está ahí en la ventana
doméstica de las palabras, en el paladar de la chamiza,
en esta bruma dibujada del País.

Barataria, 03.I.2010

lunes, 3 de enero de 2011

MATERIA CAÓTICA


Es inútil la memoria cuando la materia se ha vuelto vertical caída.
Es inútil escapar del propio caos desparramado de la vida.
Son efímeras las luciérnagas en medio del suspenso de la lluvia:
—a la fosa vamos sin más calor que el ataúd donde confusión
y oquedad son pródigas.
Imágenes gratis



MATERIA CAÓTICA





¡Una llamada interminable! Es la respuesta de las campanas del vacío,
a las campanas del vacío, al vacío bajo campanas...
El hoyo-escotadura en pleno corazón de la vida.
¡Oh la espina clavada en la historia del mundo![
JEAN PIERRE DUPREY





Es inútil la memoria cuando la materia se ha vuelto vertical caída.
Es inútil escapar del propio caos desparramado de la vida.
Son efímeras las luciérnagas en medio del suspenso de la lluvia:
—a la fosa vamos sin más calor que el ataúd donde confusión
y oquedad son pródigas.
El fuego arde en la yerba temblorosa de las aguas; en le neblina
seca colgada en la espalda del tiempo;
hay cuevas debajo de las piedras del grito y antros alrededor
de la sonrisa.
Vivimos una época con siniestros pronósticos: si la sombra es el ojo
descuajado del horizonte,
si un día tendremos la fluidez de las almohadas como un río
de habitantes felices. —las alacenas no nos ofrecen el arco iris,
ni la respiración es un presente de gracias;
salvo los cementerios, lo demás es ruido galopante, muros de fuego
voraz, mareas de kilómetros de oscuridad,
donde la agonía es tan evidente como la sed: todos dormimos
en la sal apocalíptica de la deshora, en el bambú de la vigilia,
en los tiestos de un idioma hiriente, en la espuma agónica
de respiración con todas las amenazas de los símbolos y utopías.
A menudo nos conformamos con el confeti de los escaparates:
—comemos doce uvas, sacamos maletas, cambiamos los colores
del ansia cuando en realidad,
ahí en las aceras, está el hombre con su piel raída,
el niño bostezando de hambre, los ancianos mordidos por sus osamentas,
el frío galopante del planisferio, la flor marchita del misterio.
Cada vez tenemos bozales en la boca y agónicas verdades en los ojos;
(cada vez que te desnudas, veo el hollín de los cuartones,
el majoncho mordido por las ratas,
la fantasía debajo de los naumáticos, la zozobra en cadenas de radio,
y en anuncios en primera plana de los periódicos.
Es el tiempo sin duda, con los puntos cardinales al revés.
Desnudarte, después de todo, entre polilla y comejenes es un acto
de mis libertades paranoicas; saciarme en vos es endulzar la salmuera
de los días proféticos,
limpiar el karma con métodos naturales, salvar algunas palabras
del dolor, —desnudarte es entrar al escondrijo de las enchiladas,
del recaudo de los tamales pisques.
Desnudarte, después de todo, es vaciar los poros en el espejo mordido
por las llagas del páramo. Aún más, —pienso—, desnudarte
es olvidarme del escombro, de los cuchillos, de los fuegos artificiales
del “Torito pinto”, es olvidarme de la basura en las calles,
de los papeles sucios colgados de las verjas,
de los matorrales donde los pájaros anidan sin ningún futuro.
Desnudarte, después de todo quizá sea, la forma de vestir mi rebeldía.)

Barataria, 02.I.2011

domingo, 2 de enero de 2011

LA HOJA DEL CALENDARIO


El hollín se desvanece en el óleo del nuevo calendario: ¿veremos
los abanicos del aire en la luz de las manos, o es mera ilusión
este pasadizo del aliento en lenguas gastada,
en silencios o muecas de memoria? Unánime es la fatiga
de los balcones, la lluvia con sus barquitos de papel,
Imagen tomada de Fotofrontera



LA HOJA DEL CALENDARIO





Alguna vez he visto amanecer.
Todos sabéis cómo es: de la negrura
resurge un débil brote sin querer…
ESTHER GIMÉNEZ





El hollín se desvanece en el óleo del nuevo calendario: ¿veremos
los abanicos del aire en la luz de las manos, o es mera ilusión
este pasadizo del aliento en lenguas gastada,
en silencios o muecas de memoria? Unánime es la fatiga
de los balcones, la lluvia con sus barquitos de papel,
la misma piscucha de los niños, el tráfico siniestro: pensemos
en las enredaderas del blanco, en el agua lavada de las paredes;
quiero colgar mi sonrisa sin ornamentos,
abrir la boca del cierzo,
morder el ombligo de la semana con azúcar,
quitar el estiércol del dolor de las pupilas, escribir los magnetismos
en la respiración diaria de los zapatos,
reconocerte en el pulso de una armónica sin bostezar,
deshacer los guacales del conjuro de la noche y sus güistes,
—el poema después de todo es un claustro del tiempo
y vos estás ahí vertida en la tinta:
ahora cuando la mañana abre su boca de cierzo,
cuando no necesitamos paraguas para pasar la tempestad de la noche,
cuando no han comenzado los motines
ni los gases lacrimógenos en las calles de San Salvador
o en los Centros Penales,
cuando los relámpagos no son de pólvora, sino la simple lengua
astral de las ventanas.
Después de caminar 365 días entre libélulas oscuras,
ante nuestros ojos está el paisaje de las ventanas: renace urgido
el orégano, el pulso resucitado, el albor de las escaleras,
el viaje en el dintel de las campánulas,
la maleta sin pánico de la travesía. El adobe presentido.
—Vemos lo audible de las tapicerías, la flama como una llave
Que multiplica el vértigo y el asombro.
Así de simple, la reinvención es necesaria para sobrevivir
entre adoquines, entre empinadas telarañas.
Ya podemos, entonces, entrar a la cocina y menear la vivacidad
del aceite y lavar los trastos: ollas, peroles, sartenes y cucharas.
No necesitamos epitalamios para celebrar en el légamo
el vértigo del sueño con sus poluciones de canela. No necesitamos,
otro mantel más que el poro servido en la lengua,
el mar con sus vasijas de jadeos blancos y ese reino de marimba
caliente por todos los rincones del pecho.
Toda la nostalgia se fue en la gota de agua destilada en los aleros;
El tafetán del horizonte nos llueve con su atarraya de arcoíris:
Así inauguramos, sin malezas, la casa del poema:
—Vos y yo, atizando el galope…

Barataria, 01.I.2011

sábado, 1 de enero de 2011

A VECES EL OLVIDO NOS DEVORA


A veces el olvido nos devora pies y manos; nos consume días,
semanas, meses: nos vigila como un cazador furtivo; lame
las alegorías, urde costumbres en el légamo, en el pantano
de la conciencia, muerde el espejo de las palabras hasta hacerlas
oscuras, —las sombras pesan entre lámparas moribundas:
Imágenes gratis




A VECES EL OLVIDO NOS DEVORA





…como el abismo sin fondo
de unas entrañas vacías.
JOSÉ MARÍA GABRIEL Y GALÁN





A veces el olvido nos devora pies y manos; nos consume días,
semanas, meses: nos vigila como un cazador furtivo; lame
las alegorías, urde costumbres en el légamo, en el pantano
de la conciencia, muerde el espejo de las palabras hasta hacerlas
oscuras, —las sombras pesan entre lámparas moribundas:
desgarran el alfabeto y lo vuelven a uno esa modorra extinguida
de las puertas, casas de adobe y bahareque,
con la telaraña colgando como pájaro siniestro;
(vos en la contemplación de estos huecos y vacíos, en la ausencia
horadada de los hornos y el patíbulo,
los días de la semana atroces, los años que caducan de manera
incierta cuando miramos el fardo de sombras al trasluz de los aleros.
Nos alzamos sobre las malezas de las encrucijadas,
extrañas ciudades inalcanzables por el rostro,
horrores imposibles de alejar,
extremos ruidos en las baldosas de la muerte, en los carros
fúnebres, con perros vigilando el sueño todopoderoso del caos.
Vos en el bosque exhumado de mis letargos: insomnios, neumáticos
gastados, caballos duros de cascos, mordiendo las calles,
el candil gastado de las pupilas,
las plumas, apenas visibles del amanecer con ojeras letales,
adioses cuya respiración sabe a salmuera.
Vos sometida a mi hambre de nostalgia: al olvido que arrecia
entre las aguas del orgasmo, en el apretado sudor del náufrago.
—Mordemos la reliquia de las palabras sobre el diván de la hojarasca,
desmantelamos el mimbre de los meses,
afinamos el saxo de la garganta,
expandimos la sal al aire de nuestros poros traspasados por el delirio;
luego nos acecha la incertidumbre de la historia
con todas sus falencias: nos confunde el sobrepeso de la incertidumbre,
el silencio carcomido por los ratones,
los días de vacas flacas de las cucarachas, la salva escarbada
en los pétalos, el continuo colmillo del asedio con su cuota de caries.)
A menudo todo se nos vuelve un peligro inminente:
el presente es miedo en el anonimato del futuro, —descubrimos,
de pronto nuestra levedad, la lágrima invocando espejos, un reino
que no es de este mundo, sino disfraz del andrajo que nos ha arropado
en los días punzantes de las máscaras y las ventanas.
No sabemos qué viene después de poner el ojo en el espejo:
si los armarios degollados de siempre o la alacena vacía de los brazos,
o el despiste del fuego en las sombras.
Lo cierto es que la esperanza siempre juega al escombro, ahí donde
nos movemos entre el patíbulo y el hospedaje herrumbroso
de dos cuerpos soportando las distancias del Paraíso.

Barataria, 31, XII.2010