viernes, 29 de junio de 2007

Luna de mis libros

Luna de mis libros



Luna de mis libros


Me duermo en tus solapas,
Un poco como la almohada que me hace falta;
En tus páginas sonrío aunque me aparte
Del mundo; adivino tantas cosas que pasan
Y río bajo el candil de tu luz.
Sé que nadie sabe por qué los quiero tanto.
Fieles a mis ojos, me ayudan a derribar sombras
Y a caminar bajo la lluvia de sus cristales.
Luna de mis libros en transpiración del tiempo.
Luna de mis ojos donde cuelgan balcones
Y saltan canciones de Bach o Vivaldi.
Luna donde aprendí a soñar con Cervantes,
Luna de mis alas infantiles con el gato con botas,
Luna durmiente del bosque con hojas encantadas,
Luna caminando sobre la sombra de barba azul,
Luna de Heminway doblando las campanas:
Mi primera aventura en el campo. Mi primera hazaña.
Luna de palacios encantados que me decían ven,
Y yo iba y entraba a respirar hadas, princesas y reinas.
De vez en cuando ángeles transmigrando;
Y otras, con viejecitas, bebiendo agua
De los pozos de la reina de Hungría.
Luna de mis libros frente a mis párpados,
Luna en mis estanterías como pájaro,
Luna del mar en mis cuentos de marinos,
Luna de Jaraguá con guaro y champaña,
Luna de los cuentos tristes como el patito feo:
Todo está hecho con tus espejos.
Luna goteando sauces llorones en las letras;
Carne del silabario que arrancaron los ríos,
Cuando cantaban todos los santos en el catecismo.
Luna donde bebe mi corazón sus propios latidos,
Luna heredada. Lámpara de mis libros.
Lluvia que no capta la kodak o la sony,
Faro donde el mundo se desparrama en las manos
Y los duendes se extienden inexorablemente,
Por toda la yedra armoniosa de las palabras.
Isla Santa María, 8 de abril de 2004
Del libro: Pasión cifrada, 2004

jueves, 28 de junio de 2007

Lección de Gratitud

Lección de Gratitud V

Lección de Gratitud V

Locura y soledad: Muerte apoteósica del ser. Jinetes sonámbulos entre la ramazón de la noche chasqueando con armas subterráneas la conciencia. Perros aullando a la ceniza de la luna y a la herrumbre de la psique. Cuervos devorando los ojos con sus pinzas puntiagudas. Sombras, espectros que se posan en las sienes como dinteles de una casa abandonada. Lenguas de cierzo caen lentamente sobre las plumas de los pensamientos, sobre las sandalias del ajetreo y la congoja.

Locura y soledad: Ríos que llevan a la mar. Latido de sombras en el claustro de la grama. Piedras que abrazan la desolación de estar vivo frente a tumbas que se mueven como pétalos de lirios. Ah, el tiempo: fúnebre alcohol deshaciendo en ráfagas amarillas la entraña. Puertas cerradas. Reloj bebiéndonos en la espera. Espera de mármol con una procesión de cirios. Voces frías. Voces de conjuro sobre incensarios de rígido aliento.

Locura y soledad: El viento danza en un abismo de nieblas. El viento. Lo oscuro que se torna espejo. La lejanía que sirve de pórtico para los ojos. Agitada oscuridad que baña las pupilas y lame el vientre con su maleza de herrumbre. Deseos erguidos zumbando, uno tras otro, sobre sepulcros que parecen hundirse en el ombligo de ramajes grises.

Locura y soledad: Golpes secos agitando el bigote de la mar con su estrepitosa espuma. Esquirlas polvorientas relinchando como feroces caballos. Locura y soledad: Rezo mi muerte mientras el incienso me acaricia como un niño despintado de su sonrisa. Rezo mi muerte monótona arrastrando caminos y levantando la levita de la indiferencia. El llanto sólo es una correntada de agua deslizándose sobre una pendiente fortuita. Locura y soledad. Empiezan a encenderse lentamente los cirios dentro de la caverna, dentro del coro del desvanecimiento, dentro del negro misterio que es la vida.

Locura y soledad y muerte: Pálidas letras sobre el pecho que andan en fugitiva agonía. Oscuras heridas mordiendo como serpientes. Noches. Cloacas abrazando el cuerpo como lágrimas de granito sobre el césped. Sonrisa de huesos buscando los caballos del mar y la luz bajo tierra.
Del libro: Pasión cifrada, 2004

miércoles, 27 de junio de 2007

Lección de gratitud III

Lección de gratitud III

Lección de gratitud III

El invierno de noviembre es inaudito como tantas cosas que suceden alrededor. A veces la desesperanza me corroe; los pensamientos caen como hojarasca sobre el rumor de la tierra. Hay desapego hacia todo. Navego en esas aguas a la deriva, en la sorda linterna de una neblina espesa. Todo cae. Cae la dulzura de la boca; cae el encanto y la magia de las sombras. Cae el hombre sin sosiego a la caverna...

Me deja perplejo lo limitado y perecedero; la disquisición del tiempo en su infinitud de acantilado que roba la rebelión de la certidumbre y la edad que del pecho sale. Tiene que haber un error, me digo, cuando el entusiasmo caduca y la alegría se vuelve un murmullo ininteligible.

A cierta edad, el hombre encaja con los atardeceres. Sólo a cierta edad. Mira y, el reloj del puño y el de sus emociones se desmorona, como el espejo quebrado por su propio resplandor. A cierta edad, ya ni siquiera sonreímos: el hilo de la vida se torna enigmático y frágil como la porcelana del cansancio.

Después de las andanzas vienen los epitafios como el pasto largamente reprimido por el destino. La lengua y los labios caen al subsuelo de la gangrena. El pie que antes fue una gacela o saeta, tiene el granito de la cautela y el titubeo. Morir o envejecer no es otra cosa que dar paso a otros pensamientos, a otras palabras imposibles como la vida.
Del libro: Pasión cifrada, 2004

Los ciegos

Los ciegos



Los ciegos


Los ciegos dibujan en el aire cuerpos indecisos
Y amaneceres cuya sed se prolonga
Hasta la noche;
Ellos son huéspedes de otras gaviotas.
En ocasiones, los invade una memoria de lunas
Y un río de penumbras,
Donde los perros levantan bocanadas de murciélagos.
Los ciegos construyen eternidades
Y se aferran al espejo de las abejas
Y a la acústica del corazón,
A los relámpagos de las mareas
Y a los barcos que hunden sus ojos
En las alas saladas de la espuma.
Los ciegos juegan a ver el cuerpo de su amada,
A través de la ropa húmeda de la lluvia.
Ellos saben recobrar y vivir sus sueños,
Cuando sienten el cosquilleo de las altitudes
Y el lenguaje sobra
Porque la piel se convirtió en libro.
Isla Santa María, 19032004
Del libro: Pasión cifrada, 2004

Habitación del viajero

Habitación del viajero

Habitación del viajero

Aquel cuarto fue una locura.
Seguramente tenía vidas incontables,
Devoción por los poros,
Alas de invierno sobre barcos de espuma.
Desde el cuarto piso la toalla del horizonte
Y el puerto de los ojos
Beben diminutos transeúntes.
¡Vaya los recuerdos
Invadiendo las paredes del invierno!
Después de tantas tormentas
Ríos de humedad.
Y caminos descalzos sobre la alfombra del otoño:
Infinita estación de lo perecedero y el renuevo.
Por ello palpito y unto a la piel del instante
Y al árbol de ceniza de las imágenes
Grabadas en tapices de rostros y viento.
Isla Santa María, 18032004
Del libro: Pasión cifrada, 2004

Infancia

Fotografía: André Cruchaga





Infancia



Todo lo que aprendí de los seres alados, me lo enseñó mi abuelo materno. Lo que vino después: Islas misteriosas, pozas encantadas y animales de gigante ferocidad, fue producto de los libros. En sus relatos, ―pese a no haber estudiado en escuela alguna— una lagartija cobraba vida de héroe o villano, según la “locura”y fascinación del momento. A menudo me decía, con una voz de sueño cavernoso, que habían peces voladores: Dejaban las aguas para tornarse pájaros. En mis ojos, recuerdo, se dejaba traslucir el asombro y el embebimiento. Aún no sé si en esos instantes, subía escaleras, recobraba mis alas de ave silvestre o, sencillamente, me dejaba poseer por “la manos del muerto”, recordando a Alejandro Dumas. No sé cómo llegaron a su acervo algunas de las historias de Sherlock Homes, de Las Mil y una noches y los viajes de piratas. Lo cierto es que fue un campisto diestro; aficionado a domar caballos y un gran chief para los asados de reses y los lomos rellenos de cerdo. Todo lo aprendió de la vida cotidiana, procuró transmitírmelo. Por desventura, sólo me quedó en calidad de herencia, un palacio de aguas, peces, pájaros y luz. Y, por supuesto, una casa de asombros y tabancos herrumbrosos en la memoria.
Isla Santa María, 2004
Del libro: Pasión cifrada.